No hay alternativa. No hay marcha atrás. Es un proceso imparable. No podemos escapar de una nueva realidad. ¡No hay Planeta B! Con ese eslogan se inició uno de los proyectos europeos con más impacto en la sensibilización por el medio ambiente. La sostenibilidad como punto crítico en nuestras economías. Y, como dice el propio proyecto: pequeñas acciones pueden generar grandes impactos en el medio.
Europa se ha declarado en ‘transición energética’. Y como europeos vamos a destinar 1 billón de euros a este gran desafío. Normativas más exigentes, planes estratégicos a 2050, un cambio profundo en la forma de fabricar. Se gesta una nueva revolución tecnológica, para una economía más justa, limpia e inteligente: con esa potencia se abrió el World Economic Forum este enero de 2020 en Davos.
Pero, como se dice en el argot futbolístico, ‘necesitamos bajar el balón’. Las grandes cumbres, los programas, las leyes, los presupuestos, los debates… todo eso es necesario, imprescindible. Pero hay algo que tiene un impacto mayor, una oleada imparable para cambiar el mundo: nuestros actos, por pequeños que sean.
Y nuestros actos se definen por nuestro estilo de vida, ése es el verdadero arma individual y más poderosa que tenemos: cómo nos movemos, qué comemos, qué ropa elegimos, dónde vivimos, cómo nos relacionamos, qué deporte hacernos, qué hacemos con nuestros residuos… Hay sectores, como por ejemplo la industria de la moda, que tiene que re-inventarse por completo, al ser uno de los más intensivos en energía y más contaminantes. Y estas cosas, sí, dependen de nosotros, no sólo de grandes acuerdos mundiales.
La sostenibilidad es un concepto a veces etéreo, moldeable y poco concreto. Para mí, la sostenibilidad es una búsqueda (incansable) de soluciones socioeconómicas que nos permitan tener el menor impacto posible en el medio ambiente; pero además, y es muy importante este además, que ayuden a crear sociedades más justas y más prósperas. Sostenibilidad no es volver a las cavernas, como dicen algunos. Sostenibilidad es pensar cómo la inteligencia y, sobre todo nuestros actos, pueden ayudarnos a crear una sociedad mejor sin deteriorar aún más el medio ambiente.
No hay sostenibilidad posible sin tecnologías: en energía, en procesos de fabricación, en el uso de envases, en la economía circular como nodo de las decisiones -logrando que entren en el sistema la menor cantidad posible de materias primas y que, una vez dentro, se reutilicen al máximo y se optimicen-; procesos agroindustriales con menor impacto en las tierras y en la biodiversidad…
La sostenibilidad, de verdad y con garantías, pasa por una alianza entre los consumidores, los fabricantes, la tecnología y las instituciones. Un gran contrato social del que ninguno nos escapamos para lograrlo con éxito.
Tomar conciencia y sensibilidad por un problema global es una decisión individual. Todo suma, todo cuenta, y muchas responsabilidades dependen directamente de nosotros. Esto no va de ‘que otros lo arreglen’. Tu estilo de vida, tus decisiones -por nimias que te parezcan- son críticas para ti y todo lo que te rodea y quieres.
Los grandes retos globales están claros. Basta con leer con atención el Programa para el Medio Ambiente de la ONU, cuya última asamblea fue en Nairobi. Incluso la propia ONU asienta la importancia de todas las grandes acciones que se necesitan como una forma para combatir los estragos de la actual pandemia del Covid: proteger el medio ambiente para proteger a las personas, ése es su gran lema.
Estos retos pasan por ámbitos institucionales, empresariales y, sobre todo, individuales.
1.- Los citados grandes cambios en la industria: con tecnologías y procesos más limpios, una reutilización de materias primas, una reducción del impacto en el consumo de energía y agua. El uso de materiales más sostenibles.
Hay todo un proceso de investigación e innovación, así como de transferencia de tecnología, que la industria tiene que aplicar para dejar menor huella y que podamos mantener nuestros niveles de consumo. Y no hay sector que quede fuera de este proceso: industria pesada, moda o textil, construcción, la agroindustria…
En este sentido, hay todo un desarrollo de biofertilizantes y biopesticidas, nuevas tecnologías y procesos que están convirtiendo la agroindustria en una gran oportunidad para tener un consumo más sostenible y, además, saludable.
2.- Los hábitos de consumo acelerarán la presión hacia las empresas. No habrá industria y empresas sostenibles sin ‘clientes’ sostenibles, exigentes. Y eso depende de cada uno de nosotros.
Cuando compras un producto, ¿piensas antes cómo te vas a deshacer de él después? ¿Has pensado dónde se ha fabricado? ¿Por qué tiene ese precio y no otro? ¿Qué alternativas tienes y por qué son mejores (o peores)? ¿Has pensado si ese consumo es energéticamente responsable o es un despilfarro? ¿Te has preocupado de los materiales, no sólo de su diseño? Hay muchas preguntas detrás de cada decisión de compra. Pero somos capaces de resolverlas con un poco de intención… la solución está en nuestra mano (donde tenemos nuestro smartphone).
Olvidemos el estímulo del ‘comprar por comprar’. El no informarse qué materiales se usan, cómo se fabrica, dónde, por quién. La decisión de compra debe ser un acto más meditado, mejor informado. Donde lo crítico no sea sólo el precio. La eficiencia ambiental, el impacto social, la sostenibilidad integral es la verdadera esencia en cada decisión de compra.
Nunca en la historia el ser humano tuvo más posibilidades para elegir productos. Nunca tuvimos más información y más facilidad de acceso a la misma. Elegir con criterio, ética y bajo nuestros parámetros de justicia nunca fue tan importante.
3.- La sostenibilidad no sólo está en las tiendas… cada vez que abres el grifo, enciendes o apagas una luz, decides cambiar o no las ventanas de tu casa, decides qué medio usas para trabajar o desplazarte, estás tomando una decisión con impacto en la sostenibilidad de nuestra economía.
Y aún hay más. Si decides ser una persona sedentaria, o hacer deporte -no hace falta ser un deportista de élite-, o llevar una alimentación más sana y saludable, la diferencia puede tener un gran impacto a medio y largo plazo. Por ejemplo, entre ser sedentario o no hay un clásico macroestudio que se hizo en Cataluña que demuestra que hacer deporte 3 horas a la semana tiene consecuencias durante 15 años en la calidad de nuestra vida. Cuando se invierte 1 euro público en sensibilizar a la población para que lo hagamos, el sistema se ahora 50 euros en costes sanitarios.
Como ves, todo lo que haces tiene un impacto social y ambiental. Tu estilo de vida es el verdadero motor de una revolución social.
En cada decisión que tomamos hay muchas cosas en juego: nuestra salud, nuestro bienestar, nuestra sostenibilidad, la biodiversidad. Así que, piensa: ¿meditar esa decisión es realmente un sacrificio tan grande? Cambia tu estilo de vida y “caminemos juntos, en la misma dirección y podremos compartir grandes frutos”.
Autora: Teresa García
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