Soy donante, no doy lo que me sobra, sino lo que más valoro

Ser donante es dar sin esperar nada a cambio, es imaginar nada más allá que la sonrisa del que recibe.

Hoy recordaba el pánico a los 18 años un día en el aulario de la universidad, cuando una “nueva amiga” y ahora más que familia, me acompañaba porque quería donar sangre. Hice todo el recorrido pero no pude, el miedo me freno al llegar al enfermero con la bolsa y la aguja.

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Yo recibía mensajes, mails… hacia falta sangre. Un día decidí ir al centro de donación, vi las historias, la importancia y el amor que se respiraba en esos pasillos… que yo no podía tener miedo, tenía que tener convicción.

Tras varias donaciones de sangre cada 6-8 meses (no me dejaban más) me informe de la donación de médula. Nunca había tenido la valentía, pensaba si me llamaban y en ese momento tenía que decir que no… y pufff se me partía el alma solo en pensar que le quitaba la ilusión por la vida a alguien, hasta que un día, en un autobús de donación en la oficina, la enfermera me dijo: y si lo piensas al revés? Tu estarás en el banco siempre disponible y, si el día que te llaman, estas más fuerte que ahora, tienes a los nenes más mayores, y puedes ser un apoyo indiscutible? Y me dije; sí. Sácame e inclúyeme.

Una vez más, pensar en la tranquilidad, ilusión o esperanza de vida que podría brindarle a alguien con tan simple gesto… no podía decir que no.

Llego mi primer hijo y al leer todos los beneficios de la leche materna y tener mi congelador lleno (leche materna no sobra nunca) decidí tocar todas las puertas que conocía para donar, para ayudar a esos bebés por debajo del kilo. ¿Me imagina estar 2 años después en el mismo pasillo de neonatos pero ahora como MAMA? Jamás! Ahora me sacaba para mi bebé, me costaba horrores estimularme y entendí aún más el valor de los 12 litros donados en mi primera maternidad. Aún así, con mi segunda solo pude donar 1/2 litro pero, pensando que cada bebé prematuro toma menos de 40ml…. ¡había unas cuantas tomas!

Di a luz y tenia que poder donar, no me dejaban sangre… pues pelo, pero tenía que intentar seguir ayudando. Me corte el pelo más que nunca, iba a un centro para hacer pelucas para enfermos con tratamientos de quimioterapia.

Una vez más imaginaba la sonrisa de esas personas y de verdad, llegaba a pensar que era egoísta estar tan feliz por simplemente ofrecer en 5 minutos algo tan valioso y sentirme tan bien.

Y llego una crisis mundial, jamas imaginada. Otras veces había colaborado con paquetes de comida, o ropa, juguetes. Pero este año no podía no hacer más, contacté con asociaciones, intente más y más y hoy estoy haciendo una compra entre mi madre, unas compañeras y yo de 100kilos de arroz y pasta que nos han pedido para un banco de alimentos local.

Por qué os cuento todo esto… os cuento porque como donante os invito a probarlo, a ser “egoísta” y pensar en toda la felicidad que recibes con este gesto de imaginar sonrisas, esperanza y amor.

Imaginar amor. Así. En estos tiempos, en estos momentos, dar sin esperar nada de nadie, en anónimo, sin que nadie más lo sepa. Dar por el mero hecho de ser parte, de aportar, de llegar con tu granito. Todo eso, y si les enseñamos a las generaciones futuras, todos/as los que ahora podemos donar, estoy 100% segura que en 20 años no hará falta pedir donativos, será algo del día a día.

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