Hasta hace bien poco, Peñíscola era un pueblo de pescadores crecido al abrigo de un castillo de origen medieval en lo alto de una pequeña península amurallada unida a tierra por un istmo de arena. Ahora, el istmo está ocupado por edificios y la ciudad se ha desarrollado hacía levante a lo largo de una hermosa playa que casi llega hasta el vecino pueblo de Benicarló. En el lado de poniente se encuentra el puerto pesquero y una playa más pequeña, pero en torno de la cual parece mantenerse la parte más genuina de la ciudad pues en la zona de levante es donde más proliferan los hoteles y apartamentos turísticos, muchos de ellos ocupados casi exclusivamente en verano. Comimos en un pequeño restaurante llamado “El caracol” que tiene acceso desde lo que hoy parece ser la calle principal de la ciudad y cuya terraza da a la zona de la playa de poniente. Comimos bien. Nos ofrecieron un rape de ración al horno que estaba buenísimo. Me sorprendió el tamaño del pez y quise averiguar si es que por allí había criaderos de rape, pero fue imposible. Al atardecer, me acerqué a la lonja del pescado en el momento en que estaban descargando de los barcos las cajas de pescado y aunque vi varias cajas conteniendo rapes pequeños, no me dio tiempo a preguntar pues fui desalojado del recinto de manera poco amable. Entramos en la Peñíscola amurallada por el Portal de San Pedro, al que se accede desde el puerto pesquero. Una serie de calles estrechas y encuestadas te llevan hasta el mismo castillo atravesando lo que antes debía ser el barrio de pescadores y hoy es un enorme bazar turístico con bares, tiendas de souvenirs y talleres artesanales. Afortunadamente era el mes de enero, no había turistas y casi todo estaba cerrado, lo que nos permitió contemplar tranquilamente las fachadas blancas, los balcones colgantes encarados al sol y las casas asomadas al mar. Arriba, a la entrada del castillo, una escultura del Papa Luna, Benedicto XIII, recuerda que ese castillo fue reducto y retiro del Papa cismático y de su sucesor, Clemente VIII, entre los años 1411 a 1429. Hoy, el castillo es utilizado como centro cultural y escenario de diversos festivales veraniegos. Pero el auge turístico de Peñíscola no se debe ni al Papa Luna, ni a su bonito recinto amurallado. Se debe al cine y particularmente al rodaje de la película “El Cid” dirigida por Anthony Mann y protagonizada por Charlton Heston y Sophia Loren que dieron vida a los personajes del Cid Campeador y Doña Jimena. Durante unos meses del año 1961 Peñiscola se convirtió en un inmenso plató, lo que se tradujo para sus habitantes en una fuente de ingresos extraordinaria. Las secuencias de las batallas entre cristianos y sarracenos, que tuvieron como escenario la hermosa playa de levante con el castillo al fondo, dieron a conocer al mundo entero las posibilidades turísticas de este lugar. Años antes, en 1956, García Berlanga rodó en Peñíscola “Calabuch”, película entrañable y emotiva en la que participaba prácticamente todo el pueblo, pero que lógicamente no tuvo las repercusiones turísticas de la gran superproducción “El Cid”
Si, Mario, siempre que puedo me escapo a Peñiscola sobretodo porque he encontrado, además de las maravillas del lugar, hoteles donde admiten perros de compañía. Me veo obligado a viajar con mi mascota, Marcel.
Saludos de Agapito y Alfondo Panchón.