Ourense. Termas y devoción

Comencé mi visita a Ourense por las Burgas. Las Burgas son unas fuentes por las que salen las aguas a 67ºC con un contenido tal en sales mineromedicinales que las hace apropiadas para el tratamiento de ciertas enfermedades de la piel. Estos manantiales, en torno a los cuales se produjo el primer asentamiento romano, representan el símbolo de Ourense como ciudad y provincia prolífica en balnearios de aguas termales. Están situados en el centro de la ciudad, muy cerca de la Plaza Mayor y lo que más llamó mi atención, aparte del humo que desprende el agua al salir por los caños, fue el gran estanque humeante utilizado como piscina terapéutica situado en plena calle, al aire libre, y cuyo uso es gratuito.

 

 

A continuación me encaminé en busca de la catedral pues, aunque había vislumbrado su torre al pasar por delante de la iglesia de Santa Eufemia, no tenía muy claro donde estaba situada. Atravesé la Plaza Mayor, asimétrica, porticada, con el suelo inclinado hacia una de sus esquinas, no sé si para facilitar el desalojo de las aguas de lluvia o porque el terreno es así de irregular.

Enseguida llegué a la recoleta plaza del Trigo, a la que da la fachada sur de la catedral con su bella portada románica. Entré y me encontré con una ferviente actividad religiosa que no había visto antes en ninguna catedral en un día no festivo. Estaban celebrando misa en la capilla del Santo Cristo. Había una gran cantidad de fieles rezando en las diversas capillas y muchas personas, no turistas, entraban y salían continuamente. Esperé casi una hora hasta que acabaran los cultos religiosos para poder realizar mi visita turística y poder contemplar tranquilamente el bello Pórtico del Paraíso, que reproduce la estructura del Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela.

También pude acercarme a ver el Santo Cristo, que tiene una larga melena, venerado por los oscenses en la recargada capilla barroca que lo acoge y pude, mirando hacia arriba desde el crucero de la catedral, apreciar el luminoso cimborrio gótico que lo corona. A la salida, recorrí el exterior del edificio y me di cuenta del porqué no es tan fácil encontrarla. Está embutida entre casas y edificios, algunos de reciente construcción, que merman en gran manera la contemplación de su fachada. Sólo la portada que da a la Plaza del Trigo se salva de este despropósito.

Continué mi paseo por el casco viejo de la ciudad hasta llegar a la capilla de San Cosme y San Damián donde pude contemplar una exposición de dioramas que bajo la apariencia de escenas propias de un belén navideño, representaban costumbres y lugares de la comarca orensana. Me acerqué a la iglesia de la Santísima Trinidad, de estilo gótico, construida en el siglo XIII, pero me pasó como en la catedral. Había una gran cantidad de personas asistiendo a los oficios religiosos por lo que no pude ver su interior. Llegué a pensar si es que estábamos en Cuaresma. Pero no, todavía no había pasado el carnaval. Era evidente la gran religiosidad que se respiraba en las iglesias orensanas.

Llegada la hora de comer, elegí el restaurante Adega do Emilio que está situado fuera del casco viejo, al otro lado del rio Miño, cruzando por el Puente Romano. No me equivoqué en la elección. Es un sitio muy agradable, con una atención magnífica, en donde comí unos langostinos sobre lecho de setas y salsa de vieiras que estaban muy buenos y después un rodaballo muy fresco y exquisito. Al anochecer salí de compras y de tapas y vinos.

En la zona de atrás de la catedral, entre la Plaza do Ferro y las calles Viriato y Fornos se encuentran los bares y tascas de tapeo. En cualquiera de ellos se pueden tomar montaditos, pinchos y tapas diversas, pero en el Bar Orellas, situado en la Rúa da Paz, los clientes sólo tomaban oreja de cerdo, aunque también se podía pedir rabo de cerdo, cachucha o careta y otros derivados del cerdo.

Después de hacer el recorrido de rigor y de visitar alguna de las tascas, me retiré al hotel y me dispuse a leer un libro que acababa de comprar en una librería de la Plaza Mayor, una edición facsímil de la obra escrita por Jesús Rodríguez López, cuya segunda edición se publicó en el año 1910 y que lleva por título “Supersticiones en Galicia”.

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