De compras por el pueblo de Marshfield

Marshfield es un encantador pueblecito pequeño de unos 1.900 habitantes aproximadamente, que estaba situado a menos de dos millas de nuestra granja. En Marshfield todo el mundo se conoce y su tranquila y bastante silenciosa actividad discurre principalmente en torno a la calle High Street, que lo atraviesa centralmente de este a oeste.

 

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La calidad de algunos productos de estas tiendecitas de los pueblos ingleses son extraordinarias. Compiten con las farm shops y para esto intentan mejorar e incrementar su oferta con un mayor número de proveedores locales. Preguntamos a Brett qué nos aconsejaba para ir de compras al pueblo. Inmediatamente nos dijo que para verduras Central Stores y para carniceria, la que estaba en la Post Office del pueblo. Las tiendas de Marshfield Central Stores era una pequeña tienda para comprar verduras y hortalizas de la zona. Las patatas, el brócoli, las judías verdes, lechugas, zanahorias, cebollas, eran excelentes.

 

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También en esta tienda compramos los helados de Marshfield Farm Ice Cream, elaborados con productos  ecológicos y que tienen fama de ser indiscutiblemente los mejores del condado y alrededores. Fue todo un descubrimiento para los pequeños. La carnicería estaba en el mismo local de la oficina de correos. Esto puede sorprender a los españoles, pero es muy usual en el Reino Unido. Era recomendable ir a primeras horas de la mañana, puesto que estaba a la venta la mejor carne. La ternera, el cordero y el cerdo eran excelentes. Aunque llegáramos tarde el carnicero nos sacaba siempre una magnífica pieza y atendía amablemente nuestros requerimientos, especialmente cuando nos identificamos diciéndole que estábamos en la granja de Brett y John y ellos nos habían recomendado su tienda.

 

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Las dos tiendas no agotaban las posibilidades de la pequeña calle comercial de Marshfield. También podíamos comprar unos excelentes scones. Debo confesar una debilidad absoluta por los scones. Para acompañar al té, ocasionalmente en el desayuno o como postre se convierten en una verdadera lujuria gastronómica. Hay que tomarlos con la estupenda mantequilla y las exquisitas mermeladas de frutas rojas inglesas. Aparcamos en frente de la tienda y generalmente no había más de un par de clientes del pueblo en cada tienda. Aprendimos que el ritual de la compra había que hacerlo muy distinto al que seguíamos de forma automática en las grandes superficies de alimentación. Aquí, en High Street, había que charlar un poco con la tendera, el carnicero o preguntar sobre lo que comprabamos y atender las explicaciones que nos daban. Otra vez confirmamos que el tiempo y las relaciones entre las gentes del campo se concebía de otra forma.

 

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