Un día en Girona

Lo primero que hice por la mañana fue visitar la catedral. Fui temprano, a la hora de abrir, intentando evitar la coincidencia con los grupos de turistas que hacen su aparición a media mañana. Una señorita muy amable me atendió en la puerta de visitantes y ante el requerimiento por mi parte sobre si ya estaba abierto y se podía pasar me contestó solícitamente: “si, el precio es de cinco euros, tres para estudiantes y jubilados, y para grupos según convenio”. “Bueno, pues deme un tique de estudiante”, le dije con ironía al mismo tiempo que le enseñaba mi carnet de pensionista. No me dejó hacer fotos en el interior de la catedral, tan sólo en el Claustro y con algunos reparos, pero me dejó un audio guía que me proporcionó una información muy concreta durante toda la visita. La catedral tiene su origen en una iglesia románica del siglo XI sobre la cual comenzó a construirse la actual, en estilo gótico, en el siglo XIV. La nave central es impresionante; es la nave de una catedral gótica más ancha del mundo, veintitrés metros, sólo tres metros menos que la nave de la basílica de San Pedro. Solamente tiene naves laterales en la parte del presbiterio, que es lo primero que empezó a construirse. En el interior de la catedral se pueden admirar varias capillas, muchas de ellas con bellísimos sepulcros góticos de infantes y obispos, pero los que más llamaron mi atención fueron dos sepulcros rescatados de la iglesia románica en el año 1385. Uno es el del conde Ramón Berenguer II, llamado cabeza de estopa por su cabello enredado y pelirrojo, que dicen fue asesinado por su hermano. Está situado en alto, justo a la entrada de la sacristía. El otro, muy bello también, es el de la condesa Ermesenda de Carcasona, fallecida en 1057, y que está situado en una capilla al otro lado de la nave.
El tapiz de la Creación es el elemento más representativo de las joyas que guarda la catedral y está situado en una sala pequeña y en penumbra al fondo del museo catedralicio. Apenas pude detenerme unos segundos en su contemplación pues varios grupos de visitantes, jubilados en su mayor parte, ya habían hecho su aparición y deambulaban impacientemente por todas las dependencias de la catedral. Salí al claustro, muy bello, románico, de planta trapezoidal, el mejor conservado de Cataluña según dicen, pero igualmente sólo pude disfrutar de unos minutos de soledad al recorrer sus galerías. Dos grupos de jubilados con sus respectivos guías turísticos hicieron su aparición y se situaron en dos de los extremos del patio. Entre las explicaciones a voz en grito de los guías y los comentarios jocosos de los guiados se originó tal algarabía que tuve que salir del claustro apresuradamente.

Detrás de la catedral está el monasterio de Sant Pere de Galligants, actual sede del museo arqueológico provincial. Es románico, restaurado no hace mucho y con un hermoso rosetón en su portada y una torre magnifica que domina todo el edificio. Desde sus aledaños puede verse también la torre de Carlomagno de estilo lombardo y que sirve de contrafuerte de la nave gótica de la catedral. Esta torre y el claustro son las únicas construcciones que quedan de la primitiva iglesia románica sobre la que está asentada la catedral de Girona.

El restaurante Albereda está situado en los bajos del Casino de Girona. Solamente tiene diez o doce mesas, amplias y bastante separadas lo que hace que la estancia sea confortable, aunque la decoración es un poco retro. La cocina es esplendida, estando considerada como una de las mejores de Girona, y el servicio es exquisito. Después de cavilar durante un rato ante el extenso menú de degustación que me ofrecía el maître, me dejé convencer tanto por él como por una pareja ya entrada en años que lo solicitó sin dudar un momento y me aventuré a degustar los ocho platos de que estaba compuesto el menú. Comí la Ostra, la Gamba de Palamós, el Tataki de atún, un Corazón de vieira, el Rodaballo, el Magret de pato. Pero lo que mejor estaba era la Pasta fresca con un “salteado de boletus y una crema de parmesano y foiegras”. Exquisito. Y el postre, Chocolate Azahar, “bizcocho caliente de naranja con un corazón de chocolate y azahar”. Delicioso. Me rendí tanto a los placenteros sabores que había degustado que llegué a pensar en mi fuero interno sino estaba ya cambiando de pecado capital favorito, la lujuria por la gula.

Por la tarde visité el Museu del Cinèma. El museo es municipal y reúne una esplendida colección de artilugios empleados para hacer cine, desde la época de las sombras chinescas hasta la primera cámara empleada por los hermanos Lumière. La colección pertenecía a Tomas Mallol, un gran aficionado y cineasta amateur, pero fue adquirida en 1994 por el Ayuntamiento de Girona pasando a ser desde entonces patrimonio público. Se pueden admirar linternas mágicas, zootropos, cajas oscuras e incluso en algunas zonas hay réplicas de ingenios interactivos ideados antes de la invención del cine, tal como lo conocemos hoy, que transmiten de una manera real la sensación de movimiento en las imágenes visualizadas por el espectador.
Dando ya por terminada mi visita a Girona, la mañana siguiente, muy temprano, me dirigí a la estación para coger el tren de regreso. En los andenes de la estación coincidí con un gran grupo de jubilados, no sé si los mismos que me encontré en la catedral, que también iban de regreso. Esto me hizo pensar en el papel que juegan los jubilados en la recuperación de la confianza del consumidor en aras a la salida de la crisis económica actual. Llegué a la conclusión de que en lugar de retrasar la edad de jubilación hasta los 67 años, como propone el gobierno, esta debería de adelantarse por lo menos dos o tres años. La vitalidad y la alegría que transmite este colectivo es fundamental para restablecer la confianza en muchos sectores económicos del país.

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