El tranvía te deja en la parte alta de la ciudad, a unos veinte minutos caminando hasta la orilla del mar. Durante el recorrido hacia las playas se puede apreciar el desarrollo urbanístico de la ciudad. Primero puedes contemplar los rascacielos que abundan en las afueras del casco urbano. La mayoría están localizados hacia poniente, unos agrupados y otros aislados, pero todos con alturas imponentes. Después, pasas por las calles bien trazadas que configuran lo que podríamos llamar la expansión producida con el auge del turismo. A continuación las calles estrechas del Benidorm anterior al boom turístico y enseguida las playas con sus hoteles y edificios altos, aunque no tanto como los citados anteriormente. Pero lo más interesante es que los ambientes ciudadanos se van solapando de tal manera, que la ciudad forma un todo complejísimo donde se entremezclan los comerciantes, las amas de casa, los trabajadores de la hostelería, los funcionarios de bancos y dependencias oficiales y la gran cantidad de residentes extranjeros con los turistas españoles o extranjeros que pululan por las calles y playas de la ciudad. En invierno, la mayoría de los turistas proceden de excursiones realizadas por personas mayores o jubilados, pero en verano se amplía tanto el espectro de la población turística, en edades y condiciones sociales, que quizás resulta difícil hacer esta diferenciación y parece que la ciudad sea sólo turismo y más turismo.
Para comer dispones de una variedad de sitios insospechada, y eso que en invierno hay bastantes locales que cierran entre semana. Hay restaurantes con cocina de distintas nacionalidades y de distintas regiones españoles, pero abundan los Kebabs, las Hamburgueserías, las Pizzerías y los sitios de comida rápida. Yo fui a lo seguro. Quería comer en un sitio donde la comida fuera de la zona, es decir donde ofrecieran pescado del mar mediterráneo y que a ser posible estuviera frecuentado por gentes de la localidad. Elegí el Club Náutico, que está enclavado en el pequeño puerto pesquero, orientado hacia la playa de poniente. El pescado era fresco, a la parrilla estaba exquisito y además en todas las mesas se hablaba en español. Incluso se podía apreciar alguna conversación en valenciano.
Con un agradable paseo por las calles peatonales de la ciudad, atiborradas de comercios que estaban o bien cerrados por estar fuera de temporada o bien casi vacios por ser una hora temprana, me despedí de Benidorm antes de tomar el tranvía de vuelta.