Tengo 11 años

Yo no, por supuesto. Hace mucho que los dejé atrás. En realidad es el título de un documental que vimos la semana pasada, dirigido por la australiana Genevieve Bailey.

Genevieve viajó a doce países, entrevistando a niños de diferentes nacionalidades, orígenes y religiones, cuyo único punto en común era su edad. Planteó a los niños sus preguntas, en mi opinión algunas veces demasiado tendenciosas y alejadas de su experiencia, como la guerra, el amor o la ambición, pero sus temas cobraban vida al igual que la comunidad y las familias de ellos. Un documental maravilloso. Sentí como si realmente hubiésemos conocido a los niños.

A medida que envejecemos, las comunidades en las que nos sentimos como en casa suelen estar formadas por personas de nuestra misma edad. Fue una reunión interesante la de anoche. Guiados por una profesora universitaria, aprendimos sobre la educación en el mundo y pudimos entender mejor uno de los conflictos existentes entre los educadores, entre un entendimiento limitado de la educación como temas (impulsado por el actual gobierno) y otro que tiene una misión medioambiental más amplia.

Los pocos que estábamos allí éramos todos ancianos. Voy a la iglesia y, mayoritariamente, somos personas de edad avanzada. La U3A que he mencionado en estos blogs es, por definición, un conjunto de personas de más de sesenta años de edad. Las clases de rehabilitación cardíaca a las que asisto se componen, principalmente, de gente mayor. Mantengo el contacto con amigos por teléfono o correo electrónico e, inevitablemente, suelen ser de una edad similar a la mía. ¿Y qué me estoy perdiendo? La compañía de los niños.

Doy gracias a Dios por nuestros nietos, que nos mantienen en orden y pueden ser muy amables con nosotros cuando tratamos de ver el mundo desde su punto de vista. Confesión: Me parece que el ruido que hacen los jóvenes puede ser doloroso y su futuro a medida que crecen en este mundo cada vez más feo me preocupa. Pero son encantadores y, con cuatro de ellos viviendo en otro país, ya soy conocido, en su ausencia, por sonreír como un abuelito a los bebés que van en los cochecitos y a los grupos de escolares ruidosos que abandonan gustosamente sus lugares de aprendizaje al final del día; también sonrío con el placer de ver a los jóvenes jugando en el parque. Ya no soy directamente responsable de ellos, pero creo que los niños, por definición, son maravillosos y echo de menos su compañía.

Nunca me ha pasado, pero soy consciente de que un anciano caminando con un bastón y sonriendo, por ejemplo, a una madre y su hijo, se puede malinterpretar. ¡Así que tengo cuidado!

Bryan

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