pasado he logrado ocultar una falta básica de confianza aparentando
estar seguro de mis opiniones, algo que a menudo se ha entendido como
chulería. Ya no puedo hacer eso con convicción, aunque es un hábito
difícil de eliminar. De todo tipo de maneras, uno pone de manifiesto
que las cosas no son lo que solían ser.
Un amigo me dijo el
otro día que, en el grupo de discusión del que los dos formamos
parte, nunca está muy seguro de poder encontrar las palabras que
quiere decir. El pensamiento funciona bien pero la brecha entre el
pensamiento y la articulación es tal, que unirse a la conversación
puede acabar siendo incómodo para él y para todos los demás. A mí
me pasa lo mismo.
El deterioro físico no ayuda. Hubo un
tiempo en que podía sentirme razonablemente seguro de mí mismo al
presentarme ante la gente. No me hacía ilusiones de ser atractivo,
pero al menos tenía una idea de lo que la gente vería cuando
entraba en una habitación, me unía a un grupo o hablaba en público.
Hoy en día ya no. Pienso en todo tipo de cosas estúpidas, como si
mi calva está bien escondida, si me mantengo derecho en pie o si
parezco tan cansado como me siento; y en cuestiones prácticas, como
si voy a ser capaz de seguir la conversación de la gente. Y cuando
la gente dice, como suelen hacer, «tienes buen aspecto», me
pregunto si eso significa: «no pareces tan decrépito como yo
esperaba» (lo cual supongo debería ser algún tipo de
consuelo).
Y luego, por supuesto, está el tema de la memoria,
al que a menudo se ha hecho referencia en estas publicaciones. Hay
enormes espacios en blanco que uno se resiste a admitir o teme
explorar por si narra el trozo equivocado de historia. Creo que eso
es una de las cosas más duras del envejecimiento, el hecho de que no
sea fácil recordar los momentos fundamentales de tu vida y por lo
tanto no sea posible celebrarlos.
Debo confesar que conducir
un coche es una cuestión demasiado delicada para mí. Mantengo la
sincera ficción de ser todavía un conductor de 82 años
razonablemente bueno, pero debo reconocer ante mí (y ahora ante todo
el mundo) que mi concentración y mi juicio ya no son tan buenos como
solían ser. Por ejemplo, nunca he sido muy bueno aparcando el coche,
pero ahora me resulta más complicado de lo que solía ser.
Supongo
que el consejo más sensato que podemos darnos a nosotros mismos es:
«Simplemente seguir adelante con nuestra vida y dejar de querer
ser lo que éramos». Pero no es la misma vida y aceptar eso
requiere bastante disciplina. El otro día tuvimos un comentario
conmovedor en la versión española de este blog… «Miro mis
manos arrugadas, con manchas marrones y venas claramente visibles y
me siento extraño. ¿Es tristeza? ¿Miedo? ¿Vergüenza? No soy
seguro… Pero no me hace sentirme triste; al contrario, estoy
impresionado. Me conecta con mis últimos años. Es natural, simple y
nos sucede a todos».
¡Gracias!
Bryan