Girona. El Barri Vell

Viajé a Girona la primavera pasada en un tren talgo que haciendo el trayecto entre Cartagena y Montpellier llega a Girona pasadas las cinco de la tarde. Estaba lloviendo. Poco, pero de una manera constante. Así es que no pude ir hasta el hotel dando un paseo como era mi deseo y tuve que tomar un taxi.
Ya anochecido, bajo la protección de un paraguas, salí a la calle para tener el primer contacto con la ciudad. Me encaminé hacia el barrio viejo teniendo como guía la torre iluminada de la catedral que domina toda la ciudad y que se ve desde cualquier punto de la misma. El Barri Vell está en el margen derecho del rio Onyar. Allí se encuentra también el Call o barrio judío, con sus calles estrechas, encuestadas y laberínticas que en esos momentos estaban desiertas y en un silencio tan sólo roto por el ruido de las gotas de lluvia al caer sobre el pavimento o por las voces y los pasos de algunos estudiantes rezagados que iban buscando el refugio de algún bar. Los edificios más emblemáticos, como la Catedral o la torre de la iglesia de Sant Feliu, estaban iluminados lo que producía un contraste muy notable con las calles oscuras de su entorno, sobre todo debido a la soledad que imperaba en toda la zona. El Rectorado de la Universidad y el convento de Sant Domènec no estaban iluminados, pero los encontré fácilmente. Entonces me acordé de los sitios en los que había estado años antes para asistir a una inauguración de curso académico de la red de Universidades Lluis Vives. Los edificios, la escalinata de subida al convento y sobre todo el bar frecuentado por estudiantes que hay en la plazuela justo al lado de una calle escalonada que tiene el mismo nombre que el convento, calle Sant Domènec. Bajando por esta calle se puede llegar llega hasta la Rambla de La Libertad que está considerada como la vía urbana de entrada al Barri Vell.
La Rambla discurre paralela al rio Onyar, el primer tramo está porticado y en ella hay algunos comercios tradicionales. Al principio de la misma, cerca del Pont de Pedra, se encuentra una tienda bastante singular dedicada a la venta de minerales que se llama KRYSTALL y que antes era una droguería. Está regentada por una joven muy amable de nombre Mónica. Llevaba varias semanas intentando localizar una tienda donde poder adquirir algún mineral para regalarle a Rubén y la encontré cuando menos me lo esperaba. Pasé un rato largo mirando minerales y piedras de todo tipo hasta que aconsejado por Mónica me decidí por comprar una pequeña colección de minerales del Pirineo además de un cubo de pirita y un ágata de Brasil. “Afortunadamente vuelve la afición por coleccionar minerales, sobre todo en los niños, porque si no, esto no sería negocio” me dijo Mónica. La moda de las piedras con efectos energéticos está pasando, me decía, y tan sólo algunos diseñadores de bisutería se interesan por adquirir piedras y minerales para incorporar en sus creaciones.
De regreso al hotel y en el otro extremo de la Rambla, haciendo esquina, me llamó la atención el escaparate de una Óptica, Óptica Solà (des de l´any 1882 al vostre servei). Además de las monturas de gafas mostraba unos cuantos termómetros y algún barómetro. Entré de inmediato, pues iban a cerrar de un momento a otro y pensé en adquirir un pequeño termómetro para mi arcón frigorífico. En el interior no había ningún cliente y parecía estar atendido el negocio por una pareja de mediana edad, una señora mayor y una joven de no mucho más de dieciséis años que debía ser la aprendiza. Me dirigí al señor para solicitarle el termómetro, pero fue la joven la que rápidamente me respondió y fue ella la que me mostró una gran variedad de termómetros de exterior, así como los barómetros, higrómetros y demás instrumentos meteorológicos de los que dispone el establecimiento. No esperaba encontrar ese tipo de material en una Óptica y animado por el descubrimiento compré también un termómetro de máxima y mínima para instalar en el balcón de mi casa.
Contento con mis compras y habiéndose hecho ya la hora de la cena me dirigí, atravesando el rio Onyar por un puente peatonal de hierro pintado de rojo, al restaurante del hotel, el Restaurante Blanc, de precio medio, diseño minimalista tipo lounge, todo blanco, como su nombre indica, excepto el suelo de madera y una pared adornada con botellas rellenas de líquidos de distintos colores. La carta era muy limitada pero tomé una ensalada de langostinos y unos pulpitos encebollados sobre base de patata que estaban muy aceptables. Estos platos junto al postre de chocolate y el vino, aunque no era muy de allá, me recordaron la excelente gastronomía de la que se puede disfrutar en Girona por lo que decidí ir, al día siguiente, al restaurante Albereda que participaba con un menú propio en la Setmana Gastronòmica Gironina que justamente comenzaba ese día.

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