Siguiendo viaje hacía Soria, me desvié a unos treinta kilómetros en dirección a Molinos de Duero. La carretera estaba bastante solitaria y el pueblo a pesar de estar en temporada turística, también. Me detuve en la plaza de la iglesia y entré en uno de los dos bares que encontré y en el que los únicos clientes que había eran una cuadrilla de guardas forestales que estaban haciendo un alto en el camino. El pueblo tiene calles adoquinadas y construcciones de piedra. La iglesia, dedicada a San Martín de Tours es del siglo XVI y en lo alto de su torre había un enorme nido de cigüeñas. Un gran poste, con una bandera de España en todo lo alto, presidía la plaza. Con la intención de almorzar me dirigí a la Real Posada de la Mesta, un hotel rural con encanto recomendado en muchas guías y que está ubicado en un edificio noble del siglo XVII, pero me dijeron que la cocina del restaurante estaba cerrada, quizás porque parecía que no hubiera en esos días muchos huéspedes, y no me dieron de comer. Después de dar un paseo por la ribera del recién nacido rio Duero seguí viaje hasta Vinuesa, situada a muy pocos kilómetros, con la intención de encontrar un sitio donde comer algo. Vinuesa es la capital de la zona que los folletos turísticos llaman la Soria Verde y es el punto de arranque de la carretera que conduce a la Laguna Negra. Llegué a la parte más alta de la villa siguiendo una calle que desde la carretera conduce a una plaza donde se encuentra la Iglesia de Santa María del Pino, de estilo gótico renacentista. Por allí también había algunos bares lo que aproveché para refugiarme en uno de ellos pues había comenzado a llover. Después de tomar un bocata pensaba subir a la Laguna Negra pero llovía tan copiosamente que renuncié a hacerlo pues no llevaba ni ropa ni calzado adecuados. Así es que la excursión se me quedó inconclusa, como la línea de ferrocarril Santander-Mediterráneo.