Aigüestortes y Caldes de Boí

En la Vall de Boí, además de visitar las iglesias románicas, se puede disfrutar de un esplendido paisaje e incluso practicar senderismo en el parque nacional de Aigüestortes y lago San Mauricio. El parque tiene un centro de visitantes en Boí, desde donde funciona un servicio de vehículos todoterreno que te suben por una pista hasta el sitio más alto donde está permitido el acceso de vehículos. A partir de ese punto puede uno adentrarse por un camino bastante llano y accesible, la ribera de San Nicolau, que es la parte inicial de una de las rutas marcadas en el parque.
El parque abarca una superficie de más de 14.000ha y en su interior hay más de 200 lagos. Hay marcadas cinco rutas principales y tiene varios refugios, situados estratégicamente, para uso de los senderistas. Alguna de las rutas arranca desde Espot, que está más cerca del lago San Mauricio y donde también hay un centro de visitantes, pero yendo con niños me aconsejaron que realizara la visita desde Boí. Para comenzar, el viaje en el todoterreno ya es una pasada para el niño. Después, el camino es bastante llano, con un rio discurriendo a su lado y a veces entrecruzándose lo que hace más entretenida la ruta. Además está jalonado de sitios que invitan a hacer un alto para descansar y reponer fuerzas tomando algún bocata, que has debido tener la precaución de traer desde Boí junto con alguna botella de agua, pues en el parque no hay ninguna posibilidad de conseguir ni agua ni alimento alguno. Eso sí, después debes de recoger todos los envoltorios y residuos sobrantes para llevártelos contigo y no contaminar el entorno natural.
Llegamos hasta el primer refugio de montaña, una cabaña con muros de piedra y techo de pizarra, que entonces estaba cerrada pues era verano, en cuya puerta estaban escritas en tres idiomas todas las indicaciones pertinentes para hacer un uso razonable del sitio. Está muy cerca del lago Llong y allí es donde nos detuvimos a orillas de un riachuelo. El silencio era total y solo era perturbado por las voces de los excursionistas cuando pasaban cerca del sitio donde estábamos. Después de un buen rato iniciamos el regreso al punto de partida del que nos habíamos alejado algo más de seis kilómetros. Un todoterreno nos bajó hasta Boí.
Otro sitio que vale la pena visitar es el balneario Caldes de Boí. Es un complejo turístico montado en torno a las 37 fuentes de agua que mana a temperaturas entre cuatro y cincuenta y seis grados y que tiene propiedades terapéuticas sobre todo para tratar enfermedades cutáneas y reuma. Está situado al final de la carretera que sube por el valle, donde el rio se llama rio Caldes antes de tomar el nombre de Ribera de Tor. El complejo turístico está enclavado en un bonito parque natural y está compuesto por un hotel de cuatro estrellas, un conjunto de humeantes piscinas al aire libre, el balneario propiamente dicho y un hotel, menos moderno y más modesto, hotel Caldas, que ocupa parte de un edificio singular del siglo XVII en cuyo centro hay un patio porticado al que dan algunas tiendas de venta de productos artesanales y desde el que se accede al Santuario en el que se venera a la Virgen de Caldes. En el restaurante de este hotel entramos a comer pues está abierto también a los no huéspedes. Nos acogieron en el lateral de un gran comedor con suelo de madera que crujía continuamente al paso de los camareros que servían las mesas. Nos ofrecieron el mismo menú del día que a los huéspedes del hotel pero nos defraudó bastante ya que el menú, ensalada de pasta y pollo, parecía más propio de un colegio internado que de un hotel. Al terminar de comer y antes de iniciar el regreso caminamos un poco por los jardines del complejo turístico, protegidos bajo un paraguas pues había comenzado a caer una lluvia muy fina. El aspecto grisáceo que tomó el cielo hizo resaltar, más aún, los colores de las flores que adornaban el parque.

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