Asistí a una conferencia ayer por la tarde y me sentí completamente perdido. La oradora era la Dra. Havi Carel, que da clases en la Universidad de Bristol y es miembro de la Academia Británica. Se dirigía a un público de expertos que se reúnen mensualmente para debatir sobre temas filosóficos, de ahí que me sintiera como un pez fuera del agua, pero el tema me pareció interesante. Tras haber estado gravemente enferma, se quedó fascinada con la experiencia de una mala salud como algo más que una condición clínica o fisiológica, pero también con la idea de aprender a vivir de una forma nueva.
La «fenomenología» es el estudio filosófico de las estructuras de la experiencia subjetiva y la consciencia y la Dra. Carel pretende definir la enfermedad como una manera de experimentar el mundo, más que como una disfunción física y una etiqueta social. Carel ha escrito un libro («Illness-Art of Living») en el que explora cómo los mundos físico, emocional y social de una persona cambian cuando están enfermos y se pregunta si todavía puede haber bienestar para ellos.
En su libro afirma que, con demasiada frecuencia, la enfermedad se ve como una disfunción biológica localizada, sin tener en cuenta la experiencia real de la persona enferma, sus miedos, sus esperanzas y su forma de interactuar con los demás y, en definitiva, de experimentar la vida. Altamente influenciada por el filósofo alemán Edmund Husserl (1859-1938), para quien la experiencia es la fuente de todo conocimiento, Carel nos animó a ver la enfermedad como la alteración de nuestro «cuerpo vivido», además de nuestro cuerpo biológico, y a rechazar la idea de dualidad mente / cuerpo. La enfermedad puede conllevar una pérdida de integridad, de libertad para actuar y de relación con el mundo, pero dentro de ese contexto, la felicidad o una nueva valoración de la vida es, a la vez, deseable y posible, afirma.
Ahora mismo estoy visitando a alguien en el hospital que tiene una salud muy mermada. Antes era una persona independiente y no me gusta verlo como está ahora, confinado en una cama o en el asiento que se encuentra junto a ella. Puedo ver el miedo en sus ojos y su habla es confusa, tanto sobre el pasado como sobre el presente, en ocasiones me resulta clara y en ocasiones irracional. Se encuentra en un entorno que no le es natural y el espíritu libre que ha sido siempre está confinado en un régimen determinado por otros.
Es esta pérdida de libertad lo que resulta tan inquietante de la cultura hospitalaria, siendo los pacientes el objeto de la atención médica, en lugar del sujeto. Mi amigo y yo somos de la misma edad y mi reacción -que siempre ha sido la misma cuando he visitado a personas enfermas- puede ser una caricatura de lo que realmente es para él. Tal vez haya algo de felicidad y reevaluación en él tras la angustia visible. Realmente espero que sea así.
Los hospitales, lamentablemente, no están estructurados para facilitar ese proceso.
Bryan