Ayer un amigo me dijo que iba a ir a dos funerales esta semana. Casualmente, en los últimos días me he visto involucrado en dos eventos similares y un antiguo amigo de la escuela, que tiene una enfermedad terminal, me ha pedido que oficie su funeral cuando llegue el momento.
Por supuesto, es algo generacional; los ancianos tienen más funerales que bodas a las que asistir. Y, sin embargo, aunque algunos de nosotros compartimos noticias terminales como esta, la muerte en sí suele ser la verdad oculta que, por muy jóvenes o viejos que seamos, rara vez mencionamos. Yo también soy culpable de ello y, en estos blogs, he escapado de la realidad, centrándome más en reflexionar sobre los últimos días de nuestras vidas que en contemplar su final.
Anoche vi un programa de televisión excelente. En él entrevistaban al director de orquesta Colin Davies algunos meses antes de que muriera en abril del año pasado. Descrito como el director de orquesta británico por excelencia de su generación, siempre ha sido uno de mis héroes. Tengo varios de sus discos, incluyendo un álbum de Berlioz, de quien fue un entusiasta defensor.
En el programa se le animaba a hablar sobre el final de su vida musical. En un momento dado, le preguntaron qué tipo de música le gustaría que tocaran mientras moría. Era algo en lo que jamás había pensado, pero decidió que probablemente sería un cuarteto de Mozart. No obstante, sí pensaba en la muerte, dijo. Después de todo, es un problema universal que existe desde hace mucho tiempo; y mucha gente ha logrado morir de un modo bastante decente. Deberíamos hablar de la muerte abiertamente, dijo.
Resulta interesante que el programa se haya emitido una semana antes de Semana Santa, cuando los cristianos se enfrentan a la realidad de la muerte de un hombre y su posterior resurrección. A Davies le preguntaron si era creyente y dio una respuesta ambivalente. Le habían conmovido las enseñanzas de Jesús y leía la Biblia con frecuencia, pero para él, todo lo que hay después de la muerte es silencio. Me pareció que para un hombre que durante sesenta y dos años había hecho música, era un prospecto sombrío, pero para él era la realidad que había aceptado.
Hay una especie de silencio sobre la muerte. Un motivo podría ser que, en una época secularizada, es el silencio lo que nos molesta: su totalidad, sin ninguna perspectiva de que haya ‘algo’ al otro lado. Otro motivo podría ser nuestro temor a que nos mantengan con vida cuando la vida tal como la conocemos ha dejado de existir. Para algunos de nosotros, esa posibilidad podría hacer de la muerte -la realidad que con demasiada frecuencia se oculta en la conversación y el pensamiento- un amigo inesperado.
Bryan