Estos artículos han pretendido ayudar a sobrellevar el proceso de envejecimiento, en ocasiones reconociendo lo que nos está pasando y adaptándonos a una situación para la que es duro prepararse, y que puede llegar sin avisar. Por fuerza, las publicaciones han tratado sobre nosotros. Demasiado, quizás. Como si el mundo estuviera lleno de ancianos y resto de la familia tuvieran menos importancia y pudiesen cuidarse solos. Pero la edad trae consigo responsabilidad.
Esta semana apareció una carta en el Daily Telegraph firmada por 110 psicólogos distinguidos, autores para niños, educadores y médicos de salud mental, que expresaban su preocupación ante ‘la creciente incidencia de depresión infantil y de enfermedades de desarrollo y comportamiento en los niños’. Lo que creen ‘se debe en gran medida a una falta de entendimiento por parte de los políticos y del público en general, acerca de las realidades y sutilezas del desarrollo infantil’.
Continúan diciendo que ‘puesto que los cerebros de los niños están todavía en desarrollo, no se pueden adaptar como hacen los adultos a los efectos de los cambios culturales y tecnológicos, cada vez más rápidos. Todavía necesitan lo que los seres humanos en desarrollo han necesitado siempre, lo que incluye comida de verdad (en lugar de esa «basura» procesada), juegos de verdad (en lugar de entretenimientos sedentarios frente a un apantalla), experiencias de primera mano del mundo en el que viven y una interacción regular con la vida real y los adultos importantes en sus vidas’. La carta continúa: ‘nuestra sociedad correctamente se esfuerza por proteger a los niños del daño físico, pero parece haber olvidado sus necesidades sociales y emocionales’. Los firmantes concluyen diciendo que ‘ahora está claro que la salud mental de un número inaceptable de niños está siendo comprometida innecesariamente’.
Tras admitir que se trata de un problema sociocultural complejo para el que no hay una solución sencilla, continúan defendiendo que ‘un primer paso razonable sería animar a padres y legisladores a que empiecen a hablar sobre cómo mejorar el bienestar de los niños y proponer el inicio urgente de un debate público acerca de cómo criar a los niños en el siglo XXI. Este debería ser uno de los temas centrales para la creación de políticas públicas en las décadas venideras’.
La carta ya ha originado el debate deseado y ha tenido una gran respuesta mediática. Pero las historias de los jóvenes tienen una vida muy corta. Los ancianos, sin embargo, tenemos una larga memoria y podemos empatizar con el argumento de que muchos niños, hoy en día, a pesar de estar dotados de inmensas riquezas (en comparación con nuestra niñez), pueden al mismo tiempo, ser pobres mental y emocionalmente. Creo que nuestra madurez nos hace preocuparnos por eso. Y participar en el debate.