Avanzando

¿O deberíamos decir yendo cuando el
envejecimiento se vuelve inevitable? Fuera de la estructura, de la
zona de hábito y tiempo que ha definido quiénes somos cuando
estamos trabajando. Fuera también de la manera en la que nos
definimos a nosotros mismos y en la que nos ven los demás y cómo, a
su vez, nos relacionamos con ellos. Un pesimista (algo que soy un
poco) podría describir los últimos años de la vida como un proceso
de erosión; desde luego, física y mentalmente. Nuestro nieto de
tres años, en su estancia con nosotros durante las últimas tres
semanas, observó mi consumo diario de pastillas y quiso saber para
qué era cada una de ellas. Tratar de explicárselo fue en parte como
hacer un recorrido por mi historial médico de los últimos veinte
años. Nostálgico por mí (por algunos recuerdos no deseados), pero
evitándole los detalles de cómo los médicos me han mantenido en
marcha. Pero no sólo en cuanto la salud, también en otras
pérdidas.

Durante sesenta años he sido una especie de
predicador, dirigiendo el culto en su mayoría en iglesias metodistas
y desempeñando algún papel en la conducción de la Iglesia. Cuando
trabajaba a tiempo completo, eso significaba producir materiales para
el culto dos o, en ocasiones, tres veces cada domingo. Pensaba en el
‘siguiente domingo’ desde comienzos de semana, pero a menudo no era
sino el sábado cuando las cosas tomaban forma y estaba condiciones
razonables de reunirme y, espero, ser de utilidad para mis
congregaciones al día siguiente. Después de jubilarme, prediqué
con mucha menos frecuencia. Aunque tenía tiempo de preparar y pulir
el material, me resultaba cada vez más difícil transmitir el
resultado. Así que, después de decir a menudo a mi familia ‘ya es
hora de que lo deje’, por fin transformé esa vaga intención en una
decisión firme.

En cierto modo es un alivio, una de las
cosas de las que ya no tengo que preocuparme nunca más. Sin embargo,
también es una pérdida. Muchas personas cuando se jubilan pueden
decir: «hasta aquí», mientras que los sacerdotes y los
párrocos, que son ordenados de por vida, se aferran a algunas partes
del trabajo y nunca lo dejan del todo. También se debe dar en otras
profesiones. Me doy cuenta de que, aparte de la necesidad de poner de
manifiesto en qué ha consistido mi vida, ha habido otros factores
que intervienen en el hecho de continuar poniéndose en pie ante las
congregaciones y articulando y analizando la fe. Supongo que se debe
mayormente al estatus y al temor de perder algo que en realidad no
debería tener tanta importancia. El temible pensamiento ha sido
«¿qué me queda sin eso?

Debe haber muchas respuestas
para eso y yo sólo utilizo esta pequeña experiencia personal de lo
que estoy dejando atrás como muestra de a lo que todos renunciamos a
medida que nos hacemos mayores. Hay muchas otras. Si lo que queda
atrás se vuelve más valioso debemos cuidarlo y descubrir nuevas
formas de definirnos a nosotros mismos. (… Si bien he dejado el
oficio, el hábito de predicar continúa)

Bryan

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