Écija, la de las torres

Llegamos a Écija a eso de las seis de la tarde. Nos costó mucho encontrar el hotel, pues la señalización vial de la ciudad deja mucho que desear y es bastante laberíntica para la circulación en automóvil pues las calles están empedradas de tal manera que hace incómodo el desplazamiento en coche por ellas. Será en beneficio de los peatones, pensé yo. Pero no, para los peatones resulta mucho más incómodo como pudimos comprobar posteriormente. El hotel donde nos hospedamos se llama Infanta Leonor. Es de reciente inauguración y de un estilo muy moderno. Hotel-boutique se define en su folleto promocional, aunque yo no vi ninguna boutique por ningún lado. Contrasta en gran manera con el entorno pues la ciudad, llamada la de las torres, parece bastante pueblerina. En el buen sentido, por supuesto. Era sábado y se veía alguna pandillita de mozalbetes tonteando por las calles como en los viejos tiempos y a los jubilados apoyados en los pocos quioscos de refrescos abiertos que había en alguna de las aceras. Todo el comercio estaba cerrado.
Durante el paseo que dimos antes de cenar vimos que varias de las torres de sus iglesias estaban en restauración. El plan E, decían los carteles situados a pie de obra. Daba la impresión de que el patrimonio de la ciudad que pudimos ver, las fachadas de los edificios, las calles, estaba algo descuidado. El interior de los edificios no lo pudimos ver al no estar en hora de visita. Aunque se anuncian distintos recorridos para admirar los monumentos, las calles no son peatonales y a pesar de no haber gente por ser sábado por la tarde, el paseo se hizo bastante incómodo debido al paso continuo de vehículos.
En Écija hay una gran cantidad de iglesias y conventos. Alguno tiene fama por los dulces que elaboran sus monjas de clausura. De hecho nos dijeron que desde uno de ellos suministran los dulces a la Casa Real, pero no supieron decirnos exactamente cuál de ellos era. Nosotros compramos unos bizcochos de almendra en el convento de Santa Florentina, según dicen el más antiguo de Écija, famoso por sus dulces de almendra y que es de las Dominicas. Por supuesto la compra se realizó a través del torno y tras la respuesta acertada al saludo de la moja que nos atendió.”Ave María Purísima”. “Sin pecado concebida”, respondimos.
Antes de regresar al hotel pasamos por la plaza del Ayuntamiento. Nos acercamos a la calle Platería, al bar restaurante del mismo nombre (recomendado también por mi amigo Antonio), con la intención de tomar unas tapas, pero estaban celebrando una fiesta particular y no estaba abierto al público. Creo que debía ser la fiesta de alguna cofradía de Semana Santa, ya que vimos en otros locales pertenecientes a hermandades o cofradías, celebraciones similares. Debe ser costumbre reunirse el sábado después de la Semana Santa para comentar festiva y familiarmente los detalles y las anécdotas ocurridas durante la celebración de las procesiones de la Semana Santa.
La cena fue tranquilísima, casi privada. Estábamos solos en el Restaurante del hotel, atendidos por un maître y una camarera pendientes de todas nuestras indicaciones. Hasta tal punto que había un gran televisor que hicimos encender a petición de Rubén para ver la primera parte de un partido de futbol que disputaba el Barça y que al final ganó 0-2. Con el cero a uno subimos a la habitación, donde había dos televisores. Al final y después del 0-2 Rubén estaba contentísimo. Decía “he visto ganar al Barça en tres televisores a la vez…”
A la mañana siguiente emprendimos el viaje de regreso, parando, antes de salir de Andalucía, en Venta Quemada, entre Cullar y Vélez-Rubio, para degustar unas sabrosas chuletas de cordero y comprar jamón de Granada, que aunque no es el ibérico de Huelva, tampoco está nada mal.

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