Historia escrita por una auxiliar de vuelo del vuelo Delta 15, el el 11 de septiembre.
Mañana del martes 11 de septiembre, llevábamos ya 5 horas fuera de Frankfurt, sobrevolando el Atlántico Norte.
De repente las cortinas se abrieron y me dijeron que debía ir inmediatamente a la cabina del piloto, a ver al capitán.
Conforme llegué me di cuenta de la cara que tenían todos. El capitán me entregó un mensaje impreso. Era de la oficina central de Delta en Atlanta y simplemente decía: «todas las líneas de vuelo a los EEUU están cerradas al tráfico aéreo. Aterrice lo antes posible en el aeropuerto más cercano».
Nadie dijo una palabra acerca de lo que esto podría significar. Sabíamos que era una situación grave y que necesitábamos encontrar tierra firme rápidamente. El capitán determinó que el aeropuerto más cercano estaba a 400 millas detrás de nosotros, en Gander, Terranova.
Pidió permiso al controlador de tráfico aéreo canadiense y su aprobación fue concedida inmediatamente -sin hacer preguntas. Más tarde nos enteramos, evidentemente, de por qué la aprobación fue inmediata.
Mientras la tripulación preparaba el aterrizaje, otro mensaje llegó de Atlanta con la noticia de los secuestros.
Decidimos mentir a los pasajeros mientras aún estábamos en el aire. Les dijimos el avión tenía un problema leve y que teníamos que aterrizar en el aeropuerto más cercano para revisarlo.
Prometimos dar más información después de aterrizar en Gander. Hubo muchas quejas entre los pasajeros, pero eso no es nada nuevo. Cuarenta minutos después, aterrizábamos en Gander. Hora local: 24:30 PM.
Habían otros 20 aviones de todo el mundo que habían tomado la misma decisión de aterrizar en Gander.
Ya en tierra, el capitán hizo el siguiente anuncio: «Damas y caballeros, deben estar preguntándose si todos estos aviones que nos rodean tienen el mismo problema leve que nosotros. La realidad es que estamos aquí por otra razón«.
Luego pasó a explicar lo poco que sabíamos acerca de la situación en los EE.UU. Hubieron algunos gritos y miradas de incredulidad.
La policía canadiense no nos permitía salir del avión por motivos de seguridad.
En la siguiente hora aterrizaron más aviones con lo que acabamos siendo 53 en total, 27 de los cuales eran aviones comerciales estadounidenses.
Mientras, las noticias empezaron a llegar por la radio de la aeronave y fue la primera vez que nos enteramos de que unos aviones se habían estrellado contra el World Trade Center en Nueva York y contra el Pentágono en Washington DC.
La gente intentaba llamar con sus móviles, pero no fueron capaces de conectar debido a un sistema de línea diferente en Canadá. Los que lo consiguieron sólo fueron capaces de llegar a la operadora canadiense y que les dijera que las líneas a los EE.UU. estaban bloqueadas o saturadas.
En algún momento de la noche, se filtró la noticia de que las torres gemelas se habían derrumbado. Los pasajeros estaban emocional y físicamente agotados, por no hablar de asustados, pero todo se quedó en una sorprendente calma.
Tuvimos que mirar por la ventana a los otros 52 aviones varados para darnos cuenta que no éramos los únicos en esa situación.
Nos habían dicho anteriormente que iban a dejar bajar a los pasajeros y tripulación de los aviones uno por uno. Nuestro desembarque estaba previsto a las 11 de la mañana del día siguiente.
Los pasajeros no estaban contentos, simplemente se resignaron a la noticia sin armar escándalo y se prepararon para pasar la noche en el avión.
Gander nos había prometido atención médica, agua y aseo. Y fueron fieles a su palabra.
Sobre las 10:30 de la mañana del día 12 un convoy de autobuses escolares apareció. Nos bajamos del avión y nos llevaron a la terminal, donde pasamos por Aduana e Inmigración y nos tuvimos que registrar en la Cruz Roja.
Después a nosotros (la tripulación), nos separaron de los pasajeros y nos llevaron en camionetas a un pequeño hotel. No teníamos ni idea de dónde se iban a dirigir nuestros pasajeros.
Nos enteramos por la Cruz Roja que la población de Gander era de 10.400 persones y tenían que hacerse cargo de 10.500 personas que habíamos aterrizado de los 53 aviones.
Dijimos que queríamos relajarnos en el hotel y que nos gustaría ser avisados cuando los aeropuertos de EEUU se abrieran de nuevo, pero no esperábamos esa llamada por un tiempo.
Nos encontramos el verdadero terror cuando llegamos al hotel y encendimos la TV, 24 horas después de que todo empezara.
Mientras tanto, teníamos mucho tiempo libre y nos pareció que la gente de Gander era muy amable. Empezaron a llamarnos «la gente del avión».
Disfrutamos de su hospitalidad, exploramos la ciudad y terminamos teniendo muy buen tiempo.
Dos días después llegó esa llamada y nos llevaron de vuelta al aeropuerto.
De vuelta en el avión, nos reunimos con los pasajeros y nos enteramos de lo que habían estado haciendo durante los últimos dos días.
Lo que descubrimos fue increíble.
Gander y todas las comunidades de los alrededores (dentro de un radio de 75 kilómetros) habían cerrado todas las escuelas secundarias, pabellones, salas, y otros grandes lugares de reunión.
Convirtieron todas estas instalaciones en zonas de alojamiento de masas para todos los viajeros varados. Algunos tenían cunas, sacos de dormir y almohadas.
TODOS los estudiantes de los institutos se ofrecieron para cuidar de los «invitados».
Nuestros 218 pasajeros terminaron en un pueblo llamado Lewisporte, a unos 45 kilómetros de Gander, donde fueron llevados en una escuela secundaria. Si alguna mujer quería estar en un establecimiento solo para mujeres no había problema.
Las familias se mantuvieron juntas. Todos los pasajeros de edad avanzada fueron llevados a casas particulares. A una joven embarazada la llevaron a una casa particular que estaba en la misma calle que un centro médico de urgencias 24 horas.
Las llamadas telefónicas y los correos electrónicos a los EEUU o a cualquier otra parte del mundo estaban al alcance de todos una vez al día.
Durante el día, se les ofreció a los pasajeros excursiones. Algunos se fueron cruceros en barco por los lagos y puertos. Otros se fueron a hacer caminatas en los bosques locales.
Las panaderías permanecían abiertas para dar pan recién hecho a los huéspedes. Los residentes preparaban comidas y las llevaban a los institutos. Las personas fueron llevadas a restaurantes de su elección y les ofrecieron comidas maravillosas. A todo el mundo le habían dado fichas para que pudieran lavar su ropa en las lavanderías locales ya que el equipaje todavía estaba en el avión.
En otras palabras, cada una de las necesidades de los pasajeros varados fue cubierta.
Los pasajeros lloraban mientras nos contaban las historias. Por último, cuando se les dijo que los aeropuertos estadounidenses habían reabierto, fueron entregados al aeropuerto justo a tiempo y sin un solo pasajero con retraso o perdido. La Cruz Roja local tenía toda la información sobre el paradero de cada uno de los pasajeros y sabían en qué avión tenían que estar y cuándo salían. Lo coordinaron todo muy bien.
Fue absolutamente increíble.
Cuando los pasajeros subieron a bordo era como si hubieran estado de crucero. Todos se conocían por su nombre. Intercambiaban historias de su estancia, a ver quién era el que mejor se o había pasado. Nuestro vuelo de regreso a Atlanta parecía una fiesta. Fue alucinante. Se intercambiaron teléfonos, direcciones de correo..
Y luego algo muy inusual sucedió.
Uno de nuestros pasajeros se me acercó y me preguntó si podía hacer un anuncio por el megáfono. Nosotros nunca, nunca permitimos eso. Pero esta vez fue diferente. Le dije: «por supuesto» y le entregué el micrófono.
Habló sobre lo que habían estado pasando estos últimos días. Les recordó la hospitalidad con que fueron recibidos y continuó diciendo que le gustaría hacer algo a cambio por la buena gente de Lewisporte.
«Voy a abrir un fondo de ahorros con el nombre DELTA15 (nuestro número de vuelo). El propósito de este fondo es proporcionar becas universitarias para los estudiantes de secundaria de Lewisporte«.
¡Conseguimos recaudar más de 14.000 dólares!
El hombre que propuso la idea, un hombre de Virginia, se comprometió a iniciar el trabajo administrativo de las becas y dijo que también transmitiría la noticia a la empresa Delta para pedirles que participasen también.
Conforme escribo este relato, el fondo de ahorros cuenta con más de 1.5 millones de dólares y ha ayudado a 134 alumnos.
«Sólo quería compartir esta historia porque necesitamos buenas historias en estos momentos. Me da esperanza saber que algunas personas en un lugar lejano fueron amables con unos extraños que literalmente les cayeron del cielo.
A pesar de las cosas feas que pasan, me recuerda que todavía hay mucha gente buena en el mundo».
No nos olvidemos de este hecho.
me encanto, me siento muy ligada a este suceso pues mi hija lo vivió cuando estudiaba en NY
Este relato me da fuerza para mantener la Fe todavía en el Género Humano, con la que está cayendo. Mantengámonos firmes y congreguemos más adeptos para cambiar al mundo.
No sabes cuánto me alegro Mariano, a mí me paso algo parecido cuando lo leí. Como decía Gandhi: "Sé el cambio que quieres ver en el mundo".
Estoy de acuerdo con la autora de este relato de vida necesitamos escuchar y leer mas cosas positivas para motivarnos a ser mejores personas mejores humano y tener ejemplos a seguir siempre estamos a la defensiva y agresivos con nuestros semejantes debemos cambiar ser mas propositivos y si nosotros mejoramos nuestra relación con nuestros semejantes daremos un ejemplo a seguir SEAMOS MEJORES PERSONAS CADA DIA
Totalmente de acuerdo. Seamos cada día mejores versiones de nosotros mismos. Muchas gracias por tu comentario y un saludo!