RECONOCIMIENTO

Mi amigo David dijo -encogido, mientras esperaba para cruzar la calle-: «¡Estoy caminando como un hombre viejo!». Entonces ‘, riéndose, aclaró: «¡SOY un hombre viejo!». acaba de cumplir 90 y, todavía afectado por un derrame cerebral que sufrió a principios de año, su debilidad física no resulta sorprendente, pero -y esto es cierto para muchos de nosotros- todavía se siente joven para eso de ser viejo. Puede ser una de las cosas más difíciles con las que reconciliarse. «¡Este anciano soy yo!»; admitiendo la situación y sabiendo que es poco probable que sea diferente. Lo que es peor aún.

Ser viejo puede ser duro. Ya he escrito esto antes, pero los reflejos mentales son decididamente lentos. Es muy molesto y puede molestar a los demás a medida avanzamos en el difícil proceso de saber lo que queremos decir, encontrar las palabras para decirlo y luego pronunciarlas (momento en el cual, el grupo con el que estamos conversando ya ha pasado a otro tema). Y después están todas las labores domésticas que nos llevan más tiempo que antes, como levantarse por la mañana e irse a la cama por la noche y pensar en las tareas que hay que hacer en la casa y el jardín. Y luego conseguir realmente hacer algunas de ellas. Lentamente. También perdemos la memoria, por supuesto, el mayor signo de vejez; obsesionados por el temor de que la demencia o algo peor esté a la vuelta de la esquina.

Si bien nosotros podemos tratar de evitar reconocer cómo son las cosas, los demás lo ven claramente. Podemos verlo en sus rostros y en su actitud. Tuve un examen ocular esta semana y el joven óptico que me tenía a su merced, fue amable, eficiente y profesional; y quizá le hable a todos sus clientes de la misma manera, pero me hizo sentir que tenía que ser tratado con cautela, como un niño. Cuando cogí el autobús el otro día y entregué al conductor mi tarjeta de crédito en lugar de mi pase de autobús, sonrió de una manera tolerante como si estuviera acostumbrado a tratar con personas mayores. Y luego está ese momento de sinceridad cuando en un autobús lleno de gente un joven nos ofrece su asiento. Antes me sentía ofendido; ahora lo acepto.

Es tiempo de Adviento y la Navidad se acerca. Mi esposa y yo estamos celebrando las viejas amistades, enviando y recibiendo felicitaciones y, por lo tanto, recordando -«reconociendo»- los años de nuestras vidas. Si sentirme viejo es una sorpresa, parte de ella es recordar la energía y -bueno, voy a ser valiente- los logros del pasado. No siempre ha sido como es ahora y el reto, creo, está en intentar conseguir algún pequeño logro todavía.

Bryan

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