Observar el lento deterioro físico en uno mismo es una característica especialmente desalentadora del envejecimiento. Al principio puede no ser tan obvio.
El ritmo al caminar se ralentiza un poco, pero luego es necesario mirar con recelo los pavimentos irregulares y, finalmente, utilizar un bastón se convierte en una precaución esencial. La digestión en otro tiempo se daba por sentada y comer -y beber- de más era un capricho ocasional que no había que pensar mucho, pero ahora, como anciano, el cuidado de la dieta se convierte en una precaución necesaria. Antes -un tema recurrente- todo tipo de nombres y recuerdos venían a la mente en un instante, pero ahora es obvio tanto para mí como para los que me rodean que ando a tientas, tratando de excavar en los oscuros recovecos de mi mente. Luego está esa cara que miro en el espejo por las mañanas, que a medida que pasan los años se vuelve flácida y rojiza lentamente, y que ahora casi no reconozco como la persona que una vez me devolvió la mirada.Los dientes han sido mi problema a lo largo de los últimos diez años. Durante algún tiempo no me di cuenta de lo que pasaba, pero poco a poco empecé a darme cuenta de que mis dientes delanteros se estaban erosionando, lo que dificulta las comidas y resulta embarazoso cuando se habla con la gente. Recuerdo la novedosa canción de los años 40: ‘All I want for Christmas is my two front teeth’ (Todo lo que quiero para Navidad son mis dos dientes delanteros), popularizada en una famosa grabación de Spike Jones and his City Slickers; sólo que en mi caso no eran dos dientes, sino cuatro los que estaban desapareciendo.
«Creo que debe rozar los dientes por la noche», dijo mi excelente dentista y me recetó una protección para evitar que lo hiciera, pero aún así la erosión continuó. Al fin, cuando ya no quedaba nada que se pudiera reconocer como dientes, sugirió que me atendieran en la División de Odontología Restauradora del Hospital de la Universidad de Bristol. Eso fue en marzo de este año. Acabo de ir por undécima vez, y todavía me queda una cita.
He sido muy bien atendido por J.B. y A., su enfermera dental, quienes casi se han convertido en mis amigos. Me explicaron desde un principio que, aunque se trataba de un hospital de enseñanza, los estudiantes no trabajarían en mi caso; no obstante -no lo expusieron tan crudamente-, aún así les sería de utilidad. Me fotografiaron en aquel momento y en momentos posteriores -toda la boca- y me ha alegrado pensar que podía ser de utilidad para otros. Al principio, J. me dijo que yo era su mayor desafío: había poco con lo que trabajar y la alineación general de los dientes era mala. Ha realizado un trabajo espléndido.
Han rehabilitado un poco de mí y me siento agradecido. ¡La Navidad ha llegado pronto este año!