Los lunes y miércoles voy a una clase de rehabilitación que tiene lugar en la zona deportiva de una escuela cerca de donde vivo. En total hay unos cien miembros y hay cinco clases a la semana con veinte personas en cada clase. Todas las semanas hacemos ejercicio en lo que ahora es una rutina bastante familiar. Durante los primeros veinte minutos andamos alrededor del perímetro del gimnasio, y nuestra profesora nos dirige para mover nuestros brazos y piernas, a veces paramos y nos estiramos los músculos. Después hacemos deporte en varias maquinas y trabajamos individualmente. Durante los últimos veinte minutos normalmente nos tumbamos para otra secuencia de movimientos.
Casi todos en mi clase somos hombres y hemos sufrido alguna forma de enfermedad del corazón. El grupo existe gracias a la idea de una enfermera que trabaja en el hospital en el departamento cardiaco – ahora la clase lleva veinte años de existencia. Esa enfermera es una de nuestras instructoras, las cuales tienen experiencia trabajando en medicina. Siempre hay un desfibrillador dispuesto por si acaso alguien hace demasiado esfuerzo y sufre un ataque de corazón durante la clase. Pero en todos los años que llevo asistiendo la clase nunca ha pasado eso.
En mi clase hay seis con más de 80 años y tengo ganas para llegar a ser uno de ellos un día. La gente de la clase es simpática – hablamos mucho – a veces tan alto que no oímos a la instructora. Es una ocasión social y mientras es importante saber que nuestros colegas están bien – si preguntas tiene más significado y formalidad que con otros amigos.
En otra parte del gimnasio hay un grupo de culturistas y tenemos que atravesar su zona de ejercicio para llegar a nuestra clase. Nos saludan amablemente y esta claro que carecemos de su dedicación. Comparado con ellos parecemos un grupo inusual. A diferencia con ellos no estamos interesados en la perfección muscular pero tenemos el interés mas critico de proteger nuestras vidas, después de casi perderlas.
Esta clase es parte de mi rutina y aunque a veces voy a las clases con pocas ganas siempre vuelvo a casa sintiéndome mejor y contento por haber hecho el esfuerzo – por ir y hacer todo lo que tenemos que hacer en el camino de envejecer – cuidar nuestras almas y nuestros cuerpos.
Nunca fui un atleta cuando era joven, ¡pero ahora que soy un anciano he llegado a ser uno! Bryan