Hablando con las ovejas

En la parte superior del valle pastaban tranquilamente las ovejas. Era la zona más apartada de la casa, por lo que nuestro contacto con ellas era menor que con otros animales más cercanos como por ejemplo los caballos.

 

hablando con ovejas prado

 

Estos últimos y nosotros nos observamos desde nuestras respectivas dependencias a una media distancia y pronto entablamos un contacto fácil y espontáneo. Un poco de yerba en la mano y los caballos se prestaron a comerla para delicia de nuestros hijos. Hablando con las ovejas, pero las ovejas eran todo un misterio. Al pasar con el coche no parecían hacernos mucho caso, incluso nuestra visita inicial hasta su verja tampoco pareció entusiasmarse mucho. Nuestros hijos se precipitaron al tacharlas de aburridas, poco sociables y comunicativas. Estaban muy equivocados. El tercer intento fue crucial. Regresamos de comprar alimentos en una de las farm shops cercanas y paramos el coche para arrimarnos a la valla que trazaba los dominios de las ovejas en el prado. Allí entonamos algunos validos: Beee, baaa, beee. Aunque debo confesar que los más pequeños de la familia lo hacían con poco entusiasmo.

hablando con ovejas cordero

 

Sin embargo, el conjunto del pequeño rebaño, dejó de pastar y fijó su mirada en nuestro grupo. Al instante, nuestra «llamada» fue respondida colectivamente y de forma clamorosa e insistente por todos los miembros. Pero la manada no sólo devolvió cortésmente nuestro saludo, sino que corrió entusiastamente hacia nuestro encuentro a la orilla de la valla. Nuestros pequeños apenas podían creerlo. Debo confesar que a mi mujer y a mi también nos costaba asumir que estábamos «hablando con las ovejas». Aunque una granja no daba para lo que fue capaz de hacer Kevin Costner en tierras y parajes perdidos de los indios Sioux, «Bailando con lobos», para nosotros la proeza fue todo un acontecimiento que cambió nuestra altanería urbana.

 

hablando con ovejas rebano

 

El recurso fue muy valioso unos diez días después, cuando dos de nuestros hijos mayores nos visitaron en la granja. Los pequeños hicieron la demostración para su regocijo y la cara de incredulidad de sus hermanos. La vida en el campo, se llena de cosas sencillas, los relojes van más despacio. En una gran urbe los humanos no tenemos tiempo de pararnos unos minutos en la calle a hablar entre nosotros mismos. En cambio en el campo, allí estábamos, dale que te pego, charlando con las ovejas.

 

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