Ley de la Ciencia: desencanto y frustración

No he leído muchas críticas a la nueva Ley de Ciencia (Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación), algo que me preocupa mucho más que la propia regulación, que se aplicará a partir de enero de 2012 y de la que haré una primera reflexión o valoración.

El Gobierno actual, a fuerza de querer sacar todo con el máximo consenso, provoca que finalmente los proyectos no se acometan en profundidad y con los importantes cambios y transformaciones que son imprescindibles. Esto es lo sucedido con la flamante Ley de Ciencia encargada de enmarcar la política de innovación e investigación en España. Pese al amplio apoyo suscitado entre todos grupos parlamentarios la Ley ha pecado de ser poco valiente. La severidad de la crisis económica justificaban e imponían una Ley más comprometida con los retos que necesita este país y con cambios de más calado y alcance.

No hay memoria económica, no se contempla la posibilidad de que las universidades cuenten con personal dedicado en exclusiva a la investigación, no se incentiva fiscalmente la inversión privada, se regula y se burocratiza en general la movilidad, y, específicamente, aunque se contempla, no se incentiva de forma decidida la movilidad del personal al sector privado. La creación de una Agencia Estatal de Innovación, tal los cuestionables resultados de otras agencias impulsadas por la Administración, no es un motivo para echar las campanas al vuelo ni mucho menos.

En la Ley de Ciencia hay temas interesantes. Por ejemplo, la aplicación del derecho privado a los contratos relativos a la promoción, gestión y transferencia de resultados de la actividad de investigación, desarrollo e innovación (artº 36), o la difusión en acceso abierto (artº 37). Pero tras su lectura es difícil no sentir cierto desencanto y frustración.

En todo caso, jurídicamente es una ley difícil de instrumentar. El marco de competencias de las Comunidades Autónomas y la autonomía universitaria no dejan mucho margen de actuación. Pero el tema no es jurídico es económico. Si el Gobierno aplica fondos relevantes a determinados objetivos el sistema, las universidades, los centros de investigación se plegarán a seguir por esta vía… Sin recursos financieros, el discurso, la regulación llevada a cabo, quedará en retórica.

La Ley de Ciencia, los emprendedores, los bussines angels. las TIC, la nanotecnología, las empresas…

Tal y como recordaban Emilio Criado y Alicia Durán en un artículo publicado en el País, «en los países más avanzados el porcentaje de inversión privada respecto al total supera el 60%, mientras en España la financiación empresarial supuso en 2009 el 43,3% del gasto total, con una reducción neta del 8,8% respecto a 2008. Según el INE el gasto total en I+D ha disminuido en 2010 por primera vez en 15 años, debido al comportamiento de la inversión privada»…

Va ser muy difícil que con un tejido económico dominado por la pequeña empresa la inversión privada interactúe con la inversión pública y sus recursos. En Ley de Ciencia apenas se habla de emprendedores, bussines angels, capital aventura (mejor que riesgo), TIC, nanotecnología… Tampoco se le da calor y apoyo suficiente a iniciativas de creación de empresas de base tecnológica.

Las empresas de base tecnológica, en vez de ser un objetivo estratégico de primera magnitud parece que fueran un mal necesario que hay que aceptar pese a vulnerar y contaminar las «quintaesencias» de lo público… Parece como si a nosotros los funcionarios nos costara asumir que los impuestos que financian lo público se nutren de la eficiencia, pujanza y competitividad de nuestro sector privado que, a su vez, necesita conocimiento e innovación generados en lo público. El estado del bienestar, el gasto social, no cae del cielo.

En definitiva, una oportunidad perdida. Sobraban razones sociales para que la Ley de Ciencia hubiera desempeñado un lugar central a la hora de dar respuestas a la actual crisis económica. Los cinco millones de parados, la debilidad de nuestro modelo de crecimiento, el ínfimo peso de nuestras exportaciones de alta tecnología… habrían justificado una Ley de Ciencia más valiente, capaz de romper los compartimentos estancos entre lo público y lo privado., en beneficio de ambos. De ilusionar a jóvenes emprendedores e investigadores… Habrá que es esperar a ver si algunos de sus desarrollos lo consiguen.

Otro artículo posterior: Business angels y la Ley de la Ciencia.


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