Los santos salvadores
La primera vez que oí hablar de «San Esque», «San Creíque» y «San Penseque» fue en el bachillerato. Cuando nos pillaba en algún renuncio, el profesor de Matemáticas, que era muy socarrón, solía recordarnos, con su sorna habitual, que esos «santos», tan recurrentes y aparentemente salvadores de nuestra responsabilidad escolar hacía mucho tiempo que estaban muertos y enterrados. Como si eso fuera razón suficiente para dejar de encomendarnos a ellos. Aprendimos bastante con este profesor, que era muy bueno. Entre otras cosas, a excusarnos sin utilizar esas muletillas.
Estoy convencido de que la mayoría de mis compañeros que posteriormente se han dedicado a la enseñanza, como es mi caso, aparte de echar de menos ese respeto que tanto cuesta conseguir ahora en las clases, han utilizado el recurso de «enterrar a los santos salvadores», para desarbolar excusas de los alumnos, a veces, ingeniosas pero la mayoría del siguiente jaez: «No he hecho los ejercicios porque … es que no sabía cuáles había que hacer».
«Si no sabías cuáles había que hacer, haberlos hecho todos o el mayor número posible de ellos», era mi contundente respuesta ante excusa tan banal y socorrida.Cuando uno se equivoca poniendo todo de su parte, evitando la comodidad, y sobre todo, la inacción, merece todo el respeto.
El valle de las excusas
Hace años escribí un artículo titulado «El valle de las excusas» inspirándome en el conocido libro de Bryan Tracy: «Sin excusas. El poder de la autodisciplina». En mi escrito también aludía a Víctor Küppers, un formador y consultor de estrategia empresarial, cuyas palabras preferidas son pasión y entusiasmo. Es el autor de la fórmula de la valía profesional, del valor de nuestro trabajo, V = (C+H)xA, que es una forma muy gráfica de representar los clásicos: saber, poder y querer (SPQ).
Nuestros conocimientos (C) y nuestras habilidades y recursos (H) para desarrollar una determinada tarea son sumandos de nuestro valor profesional, pero nuestra actitud (A), nuestra motivación, nuestra voluntad, nuestra forma de ser, es un potente factor multiplicador, siempre que no tienda a cero, obviamente.
Con su peculiar sentido del humor, Küppers, anima a fomentar el sentido de la responsabilidad, de la perseverancia y de la autodisciplina, huyendo del quejumbrismo crónico que se caracteriza por culpar a los demás o a las circunstancias externas de nuestros propios errores, deficiencias o fracasos, cayendo una y otra vez en el valle de las excusas, que por cierto suele estar abarrotado, como dice Víctor.
Innovofobia
No innovan las empresas, innovan las personas. Y no padecer esta grave enfermedad, este cáncer que supone el excusismo es clave para el éxito de emprendedores e innovadores. He encontrado documentos en los que se referencian hasta 95 excusas para no innovar. Otros recogen 70 excusas superficiales.O sea, que hay donde elegir.
El blog de referencia, InnovaSpain. argumenta muy bien las 10 principales razones para no innovar. Un experto sólo enumera 3 excusas, pero muy bien justificadas también:
1. Innovar es caro
Se piensa que sólo las grandes empresas, con sus departamentos de I+D+i pueden innovar. Craso error.La innovación continua es, sobre todo, un estado de ánimo, una cuestión de cultura empresarial. Y la innovación en gestión o en servicios no es costosa.
2. Se pierde control
Los innovadores tienden a romper las reglas establecidas. Es el clásico dilema de explotación vs exploración. Se teme que se resienta el día a día, que se produzca pérdida de tiempo y de foco en un negocio que «siempre ha funcionado así». Renovarse o morir.
3. No existe creatividad en la empresa
Se asocia la innovación sólo con invención.Para innovar se requiere una creatividad normal, no sólo es cosa de genios.Y se puede entrenar.
La innovofobia, en mi opinión, es más un problema de liderazgo, de falta de información, de acomodamiento, de indecisión, de temor a los cambios, de perseverancia, de clima laboral,… en definitiva de actitudes. Y a estas alturas del post, Küppers ya nos ha convencido de su efecto multiplicador.
Por cierto, aquí el «profesor», el que pone la nota, es el mercado.Y no hay santos salvadores que valgan.