Sosiego y tranquilidad. Sin duda uno de los regalos más positivos de la tercera edad es aprender a disfrutar y apreciar el silencio. Hay un dicho «algunas veces me siento y pienso; otras veces solo me siento», y esto describe bien como es para nosotros muchas veces. Puedes vivir una vide activa y llenar tus días a cualquier edad, pero la gente más mayor nos trasladamos a medio día o al final del día a un mundo interior que solo nos pertenece a nosotros. Y nos callamos, contemplando nuestro ser, la belleza de la tierra y los cielos, celebrando silenciosamente nuestra vida y todo lo que le ha enriquecido a lo largo de los años.
«¡Vaya! Ya está en su propio mundo» nos pueden decir personas frustradas o entretenidas por la distancia que creamos entre nosotros y los demás cuando nos perdemos en nuestros pensamientos. Pero no importa. Este es un mundo donde podemos ser nosotros mismos y desde donde ponemos a prueba y desafiamos al mundo que nos rodea. Es importante sentirnos a gusto y seguros en ello.
Religiosos han practicado desde hace mucho tiempo los llamados «retiros», y hoy en día existen muchas oportunidades y ofertas para todo tipo de personas que buscan un sitio tranquilo adonde ir a descansar y recuperarse. Todo el mundo puede sentir la necesidad de mirar hacia su interior antes de avanzar de nuevo. La edad avanzada de las personas mayores nos permite satisfacer esta necesidad diariamente. En el sosiego y silencio entramos en nuestro particular refugio de recuerdos y reflexión, un sitio que solo nos pertenece a nosotros.
No nos aparta de los demás – o al menos no deseamos que lo haga. De acuerdo, si eres joven, la vida se trata de ir de prisas y corriendo de un lugar a otro, hacer mucho ruido, arreglar los problemas del mundo en ataques de gran entusiasmo, asistir a conciertos de música en los que el efecto de los amplificadores atentan a los sentidos. Pero nuestra vida ya no es así. No quisiera hacer una protesta contra el ruido (¡aunque debo confesar que en ocasiones me ha provocado una queja que otra!). Para nosotros, el silencio no es una evasión, sino una invitación para afirmar y valorar todo lo que es permanente y sostenido en nuestra vida.
Y en esta quietud existen sonidos que tan solo nosotros escuchamos. Tal vez las «imitaciones de la inmortalidad» de Wordsworth, o el cantar de los pájaros fuera, que podíamos haber no notado, o las voces de las vecinas charlando por la valla que separa sus jardines que es imposible no notar…. Y desde las profundidades del embalse de nuestra calma, valoramos con gran aprecio cada sonido que escuchamos.
Bryan