La importancia de los inmigrantes en España ya tiene reflejo en las cifras de la economía española. Según el servicio de estudios de la Caixa Cataluña, España creció en los últimos diez años un 2,6% anual de media gracias a la contribución de los inmigrantes. Sin los inmigrantes, el PIB español hubiera retrocedido un 0,6%.
El peso de los inmigrantes en la economía europea y en la española
En otros países de Europa se registra la misma tendencia, oscilando entre los 4,8 puntos de Irlanda (en los que el avance del PIB per cápita pasaría del 5,9% anual al 1,1% sin la inmigración) y los 1,3 puntos de Francia. Sólo hay tres países que habrían experimentado un crecimiento del PIB en la última década sin la contribución de los inmiegrantes: Francia, Irlanda y Finlandia.
Algunos datos de interés recogidos en el estudio:
- La inmigración ha supuesto más del 50% del crecimiento de empleo en España
- Los inmigrantes han tenido una influencia directa en el aumento del consumo privado y la demanda de vivienda,
- La gran mayoría de países de Europa registrarían caídas en su PIB por habitante si se detrae la aportación de los inmigrantes. Los descensos más llamativos son los de Alemania e Italia (-1,5% y -1,2% anual respectivamente), Suecia (-0,8%) y España, Portugal y Grecia (todos con un -0,6%).
- La inmigración y su impacto en el crecimiento demográfico europeo: un incremento de 11,9 millones de inmigrantes (76%) entre 1995 y 2005. Lo países con mayor avance demográfico debido a la inmigración: Alemania (191,2%) e Italia (117,5%),
- En el caso de España, los inmigrantes explican un 78,6% del crecimiento demográfico, situándose en niveles próximos a la media del área europea (79,4%).
España y el crecimiento de la inmigraciónEntre 1995 y 2005 España ocupó el primer puesto en términos de crecimiento de población inmigrante con una tasa del 8,4% frente al 3,5% del área del euro y el 3,7% de la Europa de los quince. España lideró el crecimiento poblacional de los países europeos en la década 1995-2005, con un avance de la población del 10,7%, únicamente superado por Irlanda (14,8%), y despegándose de la media del área del euro (4,4%) y la UE-15 (4,8%).Información relacionada con inmigrantes e inmigración en España:
Por ÁLVARO DELGADO-GAL
Cabría resumir la actitud de los españoles ante el fenómeno migratorio acudiendo a una fórmula aporética: lo celebran y no lo quieren. La aporía se suaviza si descendemos a los detalles. Los jubilados de ahora -no los del futuro-, los empresarios agrícolas y de la construcción, las amas de casa que trabajan, los viejos que precisan asistencia doméstica, y en gran medida el consumidor en general, celebran o deberían celebrar la inmigración. O por lo menos, deberían poner en celebrarla mayor ahínco del que ponen en no quererla. Después de la de cal, viene la de arena: los que compiten en el mercado de trabajo con inmigrantes legales o ilegales, los avecindados en los cinturones industriales, los compradores de pisos -un tercio del aumento del precio de la vivienda podría ser imputable a la inmigración-, los que reciben atención médica en los dispensarios de la Seguridad Social o han solicitado para su hijo plaza en una guardería o en un colegio público o concertado, tienen razones para que la melancolía prevalezca sobre el humor jubiloso.
La inmigración supone para ellos un coste, más que un beneficio. Si ampliamos el formato, y miramos el asunto en el largo plazo, la aporía se complica y desmiente los diagnósticos simplones. Por ejemplo: los superávits actuales en las cuentas de la S.S. no garantizan en absoluto que se haya resuelto el problema de las pensiones. ¿Por qué? Porque los inmigrantes tendrán también derecho a jubilación, y esa jubilación no se va a pagar con lo que ellos aportan. Más bien al revés: lo que ellos aportan está sirviendo para pagar la jubilación de otros.
Ignoramos, igualmente, cuál es el balance fiscal del inmigrante, es decir, si ingresa en las arcas públicas más de lo que cuesta al Estado. El balance podría ser en este momento positivo, dada la edad media del inmigrante y la proporción enorme de solteros. Pero podría dejar de serlo pronto, apenas avance el proceso de concentración familiar. El asunto, por tanto, no ofrece un perfil tan claro como se pretende. Y la intensidad del flujo produce vértigo. Basta reparar en las cifras que ha juntado la Caixa en su último informe semestral.
Con apenas el 10% de la población de la UE en 1995, España ha aportado cerca del 30% del crecimiento demográfico total durante los últimos diez años. El crecimiento español procede, en casi un 80%, de la inmigración. Esto significa que de cada cien nuevos residentes europeos, más de la cuarta parte son inmigrantes instalados en España. No está mal. ¿Favorece esto a la economía? El informe de la Caixa ha confirmado, según los medios, que el impacto ha sido enormemente positivo. Y en cierto modo, así es. Pero las cifras deben ser examinadas dentro de su contexto. Y entonces se difractan y se hacen ambiguas, a la par que transmiten mucha más información.
Con el fin de estimar el valor económico de la inmigración, los autores del informe se han servido de modelos que comparan el escenario real con escenarios virtuales. El escenario virtual, en este caso, es lo que habría sido una España sin inmigrantes. Como esa España no ha llegado a ser, hay que introducir hipótesis y simplificaciones. Es decir, hay que idealizar. Las idealizaciones convierten las estimaciones en conjeturas, más que en cálculos efectivos. En particular, se ha decidido ignorar algo que los autores reconocen que seguramente habría ocurrido: y es que la escasez de mano de obra se habría visto compensada parcialmente por mayores inversiones en stock de capital por trabajador. Y habría aumentado entonces la productividad. Lo que, sea como fuere, nos dicen los modelos, es que la inmigración ha impulsado en tres puntos y pico anuales el PIB per cápita entre 1995 y 2005. Lo que es una barbaridad.
El aflujo de inmigrantes contiene los salarios, favorece la iniciativa empresarial, y tira del consumo interno. También incrementa -mientras no haga sentir sus efectos la concentración familiar- el porcentaje de población activa. Un aumento muy sensible de la población activa, fruto de un choque demográfico sin precedentes, hace subir, por definición, el PIB per cápita. Puesto que ha aumentado el porcentaje de los que trabajan. Pero viene, de nuevo, la de arena: España no ha mejorado su productividad, y esto, junto a la fortísima dependencia de la economía del consumo interno, ha introducido tensiones inflacionistas, las cuales minan nuestra competitividad. El resultado es un desequilibrio exterior que todos los expertos coinciden en asegurar que se hará insostenible de aquí a poco.
Estamos creciendo mucho, sí. Pero no estamos aprendiendo a aguantar el tipo en un mundo globalizado. No hemos aprendido a aplicar la tecnología a la producción, ni a hacer cosas complicadas. El sector servicios, además, está dejando de ser competitivo -pág. 96 del informe-. A los no economistas todo esto nos intimida un poco. ¿Cuál es la idea? ¿Seguir edificando indefinidamente, hasta que las casas perforen las nubes?
La conclusión del informe es lapidaria: en ausencia de inmigración, la variación del PIB per cápita habría sido negativa.. Habría estado, de hecho, entre las peores de Europa. No suena bien.