Durante más de 20 años, los bioquímicos han intentado imitar la capacidad de los anticuerpos para centrarse en sus objetivos, como parte de una estrategia para lograr diagnósticos y terapias más eficaces y baratas.
En el 2008, un grupo de investigación dirigido por Kenneth Shea, profesor de química en la Universidad de California, Irvine, en colaboración con investigadores del Instituto Tecnológico de Tokio, demostró por primera vez que unos anticuerpos de plástico creados utilizando una técnica denominada impresión molecular se podían unir a un objetivo con tanta fuerza y especificidad como los anticuerpos naturales.
Observando las propiedades de los anticuerpos naturales, el grupo de Shea adaptó el método para la fabricación de polímeros orientados más específicamente a proteínas grandes en disoluciones biológicas. Los anticuerpos y sus objetivos encajan como una llave en una cerradura. Pero también se enlazan a sus objetivos por química y se atraen por interacciones eléctricas. Los métodos de Shea consisten en buscar las propiedades de la molécula objetivo y seleccionar unas materias primas que tengan afinidad con ese objetivo: en este caso la proteína melitina y la toxina de las picaduras de abejas. Al mismo tiempo, el método busca materias primas que no sean atraídas por otras proteínas comunes en la sangre. El grupo se encargó también de hacer los anticuerpos de plástico más pequeños que los polímeros fabricados anteriormente por impresión molecular, que eran demasiado grandes para que el organismo los reconociera.
Los anticuerpos de plástico de Shea dirigidos a la melitina dieron buen resultado en los tubos de ensayo, pero todavía había cierto escepticismo sobre si funcionarían en el complejo entorno del cuerpo. Sin embargo, este mes, los investigadores de la Universidad de California describieron en la revista Journal of the American Chemical Society unos prometedores estudios en ratones. Los investigadores enlazaron diferentes sondas de imagen fluorescentes a la melitina y al anticuerpo de plástico, los inyectaron en los ratones y observaron lo que sucedía en tiempo real. Dado que las sondas tenían dos colores diferentes, los investigadores pudieron ver en vivo cómo el polímero alcanzaba su objetivo y cómo posteriormente los dos se eliminaban por el hígado. En los ratones que recibieron sólo la toxina y no el antídoto, los síntomas de los ratones fueron mucho peores y la toxina se distribuyó por todo el cuerpo.
Ahora, los investigadores están desarrollando anticuerpos de plástico para una gama más amplia de enfermedades (objetivos) con la esperanza de ampliar la disponibilidad de terapias de anticuerpos, que actualmente son muy caras.
Fuente: Technology Review