Misiones: el silencio también agravia

El Presidente de la Argentina se caracteriza por ser el vocero de su gobierno, el que hace la mayor parte de los comentarios. De todo habla y dice sólo él.

Es una condición conocida que desde su atril, al que ha convertido en ícono, pronuncia los discursos que generalmente son para descalificar a algunos, para agraviar a otros y para dividir a los argentinos a través de una selección de su muy particular gusto.

Tanto para alentar los deseos de sus partidarios, aún los que pretenden ser reelegidos por tiempo indefinido, como para injuriar a periodistas, empresarios, opositores y a todo aquel que se atreva a disentir con sus propósitos.

Marcado que sea el objeto de sus diatribas después si salen sus voceros de menor cuantía a tratar de completar la obra con injurias más detalladas. Papel generalmente a cargo de su Jefe de Gabinete y del vanilocuente Ministro del Interior.

Ya comenté anteriormente lo ocurrido en la provincia de Misiones. Allí él y su candidato al gobierno eterno tuvieron una derrota aplastante por un movimiento que se motivaba en la dignidad; esos gustos de adversidad que se sabe dar la democracia.

Desde lo ocurrido hace diez días no ha habido ningún comentario. El Presidente prolongo su estadía habitual de ese fin de semana en su provincia, volvió, asistió a varios actos, habló en varios de ellos pero nada dijo sobre lo ocurrido en Misiones.

Comentarios de distintos humoristas hablan de que ya no es un pingüino sino un avestruz que esconde la cabeza en un hoyo.

Pero más allá de esta jocosidad lo cierto es que no se ha dicho ni siquiera una palabra frente a la derrota, que cuando uno es merecedor también puede ser digna. Menos aún sus colaboradores, disciplinadamente silenciados ante los temores por la ira presidencial ya conocida. Soportada como pueden, o como quieren.

Ese silencio ante lo adverso pareciera corresponderse con un sabio estilo político de agacharse hasta que pase la ola, que lamentablemente, al final, pasa. Pero esta explicación no le atribuye dignidad a ese comportamiento, muy por el contrario.
Tratándose del Presidente de la Nación el silencio es agraviante. Con esa actitud agravia a todo el pueblo argentino, lo desmerece, no lo siente capacitado ni digno de sus comentarios.

Según sus gestos, el pueblo argentino sólo es esa masa arriada por prebendas o mendrugos a actos de supuesta y aparente masividad al que se le pueden contar cosas lindas, hablarles de éxitos que no perciben, de promesas que no verán concretadas y de derechos humanos que están transgrediendo en simultaneidad con sus dichos.

El silencio oficial es una ofensa que los argentinos no nos merecemos. Hay explicaciones para dar y errores a reconocer. No sólo sobre los inmensos recursos públicos gastados nada más que para sostener el absurdo sueño de eternidad de un moralmente insignificante ser de la política como lo es el gobernador de Misiones, sino sobre los efectos del resultado electoral que le privó de tal desatino.

Tal vez, y es una hipótesis, el Presidente se asustó y se está dando cuenta de que el pueblo sabe castigar y que su paciencia tiene un límite. Por eso no habla sobre Misiones.

Puede ser pero dudo de que haya un acto de contrición política ya que para ello tiene que haber convicción y humildad y esto último es una condición escasísima en estos gobernantes.

CONSECUENCIAS

De todos modos lo de Misiones está dando consecuencias. Dos gobernadores, el de Jujuy y el Buenos Aires, que estaban detrás de planteos reeleccionistas, y por distintos caminos, han abandonado sus intenciones.

Lo más tragicómico, ya que hablar de hipocresía es poco, es que los dos dicen haberlo hecho por sugerencia del Presidente y para no entorpecer su gestión con hechos que puedan producir divisiones.

Lo último está bien porque para que competir con el Presidente.

El “sugerente” es un converso ya que cuando era gobernador de la provincia de Santa Cruz reformó la Constitución provincial e implantó la reelección por tiempo indeterminado lo que le permitió serlo por tres períodos. Pero claro, eran otros tiempos. Y otras personas.

Tal vez el consejo del Presidente se inspiró en aquel dicho español: “A otro perro con ese hueso, que yo roído lo tengo”.

Luis Antonio Barry
6 de octubre de 2006

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  1. Anónimo 17 años ago
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