Un caso kafkiano de sucesión en la empresa familiar

Cuando se afronta un proceso de sucesión en la empresa familiar, se debe tener bien claro que los factores más complicados de manejar no son de tipo jurídico ni económico.
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Para lograr aunar voluntades de los miembros de la familia empresaria, el más determinante es siempre el factor humano, el que tiene que ver con las relaciones que se establecen entre los miembros de la familia entre sí, de estos con los trabajadores y directivos externos y con la propia empresa.

Como se entenderá lógico, la relación que habitualmente presenta mayor conflictividad es la establecida entre el propietario y fundador de la empresa (normalmente el padre) y el sucesor (el hijo).
En este sentido, evidentemente, la ley o el asesoramiento legal y económico puede ayudar a resolver situaciones conflictivas. Sin embargo, el derecho no puede regularlo todo, y mucho menos, todas las relaciones familiares.
No sirve de consuelo pensar en los numerosos casos análogos de relaciones conflictivas que se dan entre un padre y un hijo empresarios. Ni siquiera los casos ilustres que se dan en la literatura universal.
Hay uno, especialmente llamativo, que es el contenido en la obra «LA CONDENA» de Franz Kafka. Se trata de un relato corto de 30 páginas, que tiene mucho de autobiográfico y que narra la tormentosa relación de un padre con su hijo, con un negocio familiar de por medio.
El relato comienza dando la visión del hijo sobre el negocio, relatando el espectacular crecimiento que había experimentado en los últimos tres años, cuando, coincidiendo con la muerte de la madre, él se hizo cargo del mismo. Gracias a su trabajo y a su gran convicción, las operaciones comerciales se quintuplicaron, lo que obligó a duplicar el personal de la empresa. Y todo ello, pese a la frontal oposición del padre, que «siempre quería hacer prevalecer su opinión en el negocio». El éxito animó al hijo a recomendar al padre que se apartara definitivamente del negocio, donde desempeñaba, según él, un papel residual.
Sin embargo, la historia da un giro radical casi al final, cuando el padre da su visión de la realidad y cuenta que el negocio es una ruina desde hace años y que el hijo apenas aporta nada, pues pasaba las horas encerrado en su despacho «solo para escribir falsas cartitas» a un amigo imaginario en Rusia. Según el padre, su hijo había creado una realidad distorsionada en su propia cabeza. Lo expresa muy descriptivamente:
«Y mi hijo con júbilo por la vida, ultimaba negocios que yo había preparado, se retorcía de la risa y pasaba ante su padre con el reservado rostro de un hombre de honor. (…) ¡No te equivoques! Todavía soy el más fuerte, ¡Yo solo habría tenido quizá que retirarme, pero tu madre me ha dado su fuerza y a tu clientela la tengo aquí en el bolsillo»

El enigmático relato de Kafka no aclara cuál de las dos realidades, la del padre o la del hijo, era la cierta. Por el trágico final (que no desvelaremos), parece intuirse que es el padre quién cuenta la verdad. En cualquier caso, lo llamativo del caso es cómo un mismo hecho, la empresa familiar, es vista de manera antagónica por cada uno de ellos. Se trata de dos visiones distintas de una misma realidad empresarial. Como la vida misma.


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