LA SOLEDAD DE LA DUQUESA

Durante muchos meses la Duquesa de Alba ha sido el centro de la diana para los medios de este patio de vecinos que llamamos España. No ha importado el color ni la ideología para que los becarios y las cámaras se lanzasen en tromba detras de la anciana casamentera. Sin compasión nos la han mostrado en casa, en la playa, en la calle, con traje largo o con vaqueros, con el novio o sin él pero.. siempre con sorna y a menudo con un puntito de malicia e indisimulada burla.

Es cierto que el noble personaje se presta a la ironia y que sus ajetreos han sido, desde su juventud, cebo para los buscadores de noticias inauditas, como consecuencia más que probable de su indomable carácter y de su rebeldía ante una sociedad que siempre la ha querido emparedada en esos muros tan imprecisos y opinables que llamamos «saber estar» Ese saber estar con el que machacamos a menudo a los que ejercen su libertad y cuyo ejercicio sólo ellos deciden y juzgan. Confieso que la admiro por importarle un pito el juicio de una sociedad repleta de prejuicios que ahora disfruta con el extravagante acontecimiento de su tercera boda.
Hay que tener un edad avanzada, como es la mía, para comprender el terror que implica el panorama de un futuro de soledad obligatoria. La soledad buscada es un refugio recurrente que a todos beneficia pero la soledad impuesta es un mal que engendra miedos y traumas que desembocan en una depresión sin vuelta atrás. Comprendo a la Duquesa.

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