POPULISMO

POPULISMO: SECUELAS Y CICATRICES

El populismo ha ido evolucionando hacia las peores formas, agravándose en el transcurrir histórico. Tal vez porque sus explotadores han ido viendo el éxito personal de sus resultados y han creído conveniente reforzar los métodos.

Lo cierto es que las imprudencias, las inconsistencias, los desparpajos, las intolerancias, las agresividades, las incoherencias, las deformaciones, las deshonestidades y todos aquellos efectos deleznables que se generan en su cobijo se han ido perfeccionando hasta adquirir modos más sutiles y eficaces.

Es motivo de frecuente análisis dentro de las tradiciones políticas cercanas la cuestión del populismo y sus consecuencias. Tal vez por esa contradicción en el alcanzar objetivos valiosos pero con métodos criticables y con intencionalidades explícitas o disimuladas pero de significativa transgresión a los valores políticos.

Las reivindicaciones sociales logradas en algunos casos son de significación y trascendencia histórica, pero han perdido consistencia y se han tornado mezquinas cuando se han puesto al servicio de intereses personales o de especulaciones políticas.

De todos modos a la etapa histórica que todos supondrán ya se la ha sometido a suficientes e inagotables análisis desde perspectivas políticas, sociológicas, psicológicas, filosóficas y hasta ha generado encontronazos entre posiciones irreductibles que el tiempo ha ido atenuando hasta lograr una convivencia tolerante, como debe ser.

Las críticas mayores han sido dirigidas hacia la demagogia del asistencialismo que crea una tendencia hacia la innecesariedad del esfuerzo y genera el endiosamiento del estado como supremo hacedor y dador. Y a quienes gobiernan en sacerdotes privilegiados por la facultad de discernir las ayudas según sus criterios. Una versión adaptada de feudalismo político, con consecuencias de disvalor cultural fácilmente imaginables.

Pero los tiempos políticos del pasado inmediato y del presente han profundizado esas tendencias y actitudes.

Bajo los principios indignos del clientelismo y del prebendismo y sobre la base del manejo discrecional e impune de los recursos públicos se ha ido creando lo que no podríamos llamar una fuerza política, ni movimiento, ni partido sino una corriente de pobres manipulados, ultrajados y humillados por los mismos que aparecen como sus redentores o sus intérpretes.

Esos que han expresado y expresan su sensibilidad, que frente a la crisis con la que comenzamos el siglo XXI han salido a mitigarla creando una estructura de dadores, punteros, especuladores, malvivientes de la política, delincuentes de la solidaridad o manipuladores que en su maldita hipocresía han visto a la pobreza, la indigencia y la necesidad más mínima como recurso eficaz para sus ambiciones políticas o sus corruptas ansiedades, o las dos cosas, que es lo mismo.

Son los que acarrean a los menesterosos para llenar actos vacíos de moral y a los cuales se los ve arrastrar sus penas por calles que les son extrañas, bajo emblemas que no entienden y para acompañar griterías y adhesiones fuera de sus percepciones, bajo la promesa de un sándwich o de unas monedas provenientes de recursos públicos debidamente canalizados a través de quienes practicarán las debidas retenciones en pago de sus gestiones al servicio de altos ideales.
Puede haber algo más execrable que la manipulación de la voluntad humana al precio de un mendrugo y bajo la protección de programas oficiales?. Puede existir algo más deleznable que apropiarse de dineros destinados a mitigar la situación de los necesitados?. Puede encontrarse mayor atropello a la condición humana que sujetar la libre voluntad a cambio de pagos por dineros oficiales?.

Todo esto ocurre y sigue perfeccionándose. Así como el hombre en momentos oscuros de la historia se esmeraba en mejorar las formas y los elementos de tortura física también hoy hay quienes procuran superaciones en estas formas y en estos elementos de la tortura espiritual.
Cuando Santo Tomás de Aquino sentenciaba: “El que maneja la necesidad maneja la libertad” estaba alertando sobre las consecuencias no deseadas de una relación. Nunca habría imaginado que el tiempo llevaría a agravar esas premoniciones y a convertir en un método político estructurado y siniestro ese manejo de la libertad.

Es imaginable, aunque fuera bien guardado, el propósito de decir “vamos a abolir la pobreza pero no tanto que nos arruine el negocio”.

El manejo discrecional de las finanzas públicas, sin rendiciones pero con impunidad y con el tácito, por no explicitado, interés en mantener la necesidad al alcance de la mano como recurso político para fines diversos es una manera de fotografiar la situación existente. Sostenida por un ejército de punteros, caudillos o manzaneras, según sea el caso y la época y siempre dispuestos a servir a los intereses de la patria, que generalmente coinciden con los del gobierno que maneja los dineros del pueblo.

Pero debemos pensar más allá. Las secuelas de todo esto serán insuperables por mucho tiempo y dejarán una cicatriz cultural difícil de ocultar.

La realización personal y social la través del trabajo tendrá una legión de argentinos a la que les costará entenderla. La meritocracia como motor para la superación y el progreso serán conceptos inentendibles para quienes han vivido bajo la tendencia a emparejar siempre hacia abajo. La costumbre de saciar el hambre a cualquier precio seguirá siendo una mercancía apetecible para los mercaderes de la política. La postración cultural de los agraviantemente mantenidos impedirá que puedan distinguir las propuestas que quieran lograr su reivindicación a través de métodos dignos.

Es hora de ir pensando en estas secuelas como homenaje a la cultura de un pueblo que merece dignidad y una auténtica asistencia social que destierre las viles contraprestaciones.

Trabajar en la esperanza de superar estas consecuencias, pensar en que se logrará es lo que queda.

Será necesario, y difícil por ahora, que el escenario político argentino expulse a estos siniestros personajes que no son merecedores ni del infierno y que se desarme la diabólica urdimbre que han montado al servicio de la ofensa humana.

Frente a ello queda el rescate y el mantenimiento de los valores de la dignidad para que una auténtica defensa de los derechos humanos pueda lograr arrancar a esos seres humanos argentinos, necesitados, desposeídos, carenciados, menesterosos, indigentes o como se los quiera llamar, de las garras de quienes los tienen atados por un plan, un subsidio, un pedazo de pan o una promesa, con la cabeza gacha y la moral pisoteada.

Luis Antonio Barry26 de setiembre de 2006

One Response

  1. Beatriz Pereira Perez 17 años ago

Añadir Comentario