Derecho y atropello

DERECHO Y ATROPELLO

Siempre en la idea de que la mejor manera de superar las desesperanzas de hoy es construir nuevas esperanzas a partir de inventariar lo que sucede e ir pensando en la manera de corregir las profundas huellas que quedarán marcadas.

En ese sentido restaurar la fuerza de la ley y el derecho requerirá de un enorme esfuerzo, de una docencia constante y de ejemplares referencias.

Comenzar a reconocer los límites de toda acción será una tarea difícil frente a la herencia que dejarán quienes los han borrado con atropellos, amenazas, coacciones, extorsiones, manipulaciones y todo otro tipo de manejos que se sintetizan en la creciente corrupción.
Será difícil volver a saber que para un reclamo hay normas y procedimientos y que cortar una calle afectando el derecho de otros es sancionable porque no habrá un gobierno que saque ventajas de ese permisivismo.

No será fácil hacerles entender a quienes se quieren eternizar en el poder que hay razones legales, historia política y tradiciones democráticas que lo desaconsejan y que aunque no les importe porque con métodos de otro orden lo consiguen ya no les será posible en un marco de civilizado, prudente y honesto.

Muchos empresarios añorarán las connivencias con el poder para salvar sus deficiencias, especialmente las morales, y obtener privilegios salvadores. Aún aquellos que sin pagar los cánones de sus concesiones consiguen otras en un circo de venalidades donde todo es posible si se renuncia a una parte de lo adjudicado en beneficio de altos ideales patrióticos.

Como no podías ser de otro modo.

En este caso será difícil que comprendan un cambio porque son varios los gobiernos con los cuales se han asociado, siempre pensando en la Patria, que es la que ha pagado sus enriquecimientos y se ha quedado con sus deudas.

También será incomprensible para los llamados “representantes de los trabajadores”. En primer orden porque su añeja permanencia en los cargos les impide suponer que algo pueda cambiar. Deberá reconocérseles todo el sacrificio que han hecho en beneficio y defensa de los trabajadores al punto de que nadie pueda considerarse con derecho a reprocharles el buen pasar del que gozan y el patrimonio con el que cuentan, aunque a veces sea de sus suegras u otros parentescos casuales pero oportunos para el ocultamiento.

Ni quiero imaginarme la sorpresa que se llevarán muchos concesionarios de servicios públicos cuando les comuniquen que se terminaron los subsidios. Esos que han sido dados, con alguna retención, para cubrir sus ineficiencias disimuladas por su inquebrantable adhesión a las políticas gubernamentales.

Qué pasaría si la mayoría de los diputados y senadores se enteraran de que el voto en las cámaras es un acto reflexivo y no una indicación de otro poder avasallador o la contraprestación por un precio establecido?

Me cuesta suponer lo que pensarán muchos jueces cuando se enteren que las causas tienen un orden, una urgencia o sus tiempos según los ordenamientos procesales y no que deben moverse según los estímulos políticos o las necesidades del poder al que entregan ofrendas mediante presurosos ajusticiamientos mediáticos.

Qué será de algunos periodistas y medios cuando les informen que ya no hay “sobres” o “concesiones” por su complacencia?.

Una progresiva tranquilidad correrá entre los pobres, desposeídos, carenciados o menesterosos – o como se los llame – cuando se vayan enterando de que la principal preocupación gubernamental será crear trabajo digno y productivo y que ya no serán arreados a actos políticos de distintas consignas, a prestar adhesiones a quienes desconocen ni que ya no tendrán que pagar un servicio político por el pan que reciben ni que serán castigados por no obedecer al repartidor de beneficios creados en el marco del asistencialismo más vil y miserable.
Será larga la lista de sorprendidos el día que la Argentina recupere su dignidad. Cuando las instituciones funciones de modo tal que sean la garantía deseada y merecida por un pueblo que no quiere entender otra cosa.

Cuando la democracia tenga un valor real y no sea sólo excusa y apariencia formal que sirva para encubrir las más innobles acciones contra el país y su pueblo.

Cuando los gobernantes sean concientes de su condición de “mandatarios” y la voluntad popular tenga los mecanismos para recordárselo y para relevarlos comicialmente sin que puedan apelar a patrañas o a trampas electorales.

Cuando en esa idealidad los argentinos encontremos el camino de la unión como factor de crecimiento en valores nacionales y nos demos cuenta de esta farsa que quiere ponernos a unos contra otros.

Cuando ya no estemos en una resurrección permanente de culpas que, aunque ciertas, sólo se las utiliza para esconder otras.

Reinstalado el derecho en plenitud no habrá lugar para el atropello y recobrará vigencia la sentencia de nuestro benemérito Juan Bautista Alberdi: “En vez de dar el despotismo a un hombre, es mejor darlo a la ley. Ya es una mejora el que la severidad sea ejercida por la Constitución y no por la voluntad de un hombre. Lo peor del despotismo no es su dureza, sino su inconsecuencia, y sólo la Constitución es inmutable”.

Luis Antonio Barry
12 de octubre de 2006.-

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