Novelas de caballerías: parodia o realidad

Repetido hasta la saciedad, la definición más escueta y repetida de la novela cervantina «Don Quijote de la Mancha» es que se trata de una parodia de las novelas de caballerías.

Novelas de Caballerías: ¿Parodia o realidad?

¿Por qué es una parodia?

Según el diccionario, parodia significa «imitación burlesca de una obra seria de la literatura. Cualquier imitación burlesca de una cosa seria«.

Gran parte de la literatura, fundamentalmente la novela, parte de la imitación, de la copia de la realidad. También existe la invención fabulosa, la fantasía, la imaginación que nutre a una porción de la literatura y del arte, pero la novela, en tanto en cuanto que nace y se sustenta en la realidad, está más cercana a la objetividad.

El cómo se aproxima el autor a esa realidad nos dará la perspectiva o punto de vista que, a su vez, determinará el tono del relato: serio, cómico, trágico, dramático, burlesco, irónico, lírico, poético, descarnado, etc.

Si ya decimos que «parodia», entonces estaremos seguros de que habrá una carga de humor y caricatura, incluso de distancia del autor respecto a sus criaturas. Y ésta es la primera impresión que causa «El Quijote», ya desde su primera publicación en 1605: es una obra cómica.

Luego resulta que ese humor y esa comicidad esconden muchísimo la verdadera naturaleza de esta maravillosa novela, lo que iremos desgranando poco a poco. Por ahora, nos quedamos con que es una parodia de las novelas de caballerías.

¿Qué eran las novelas de caballerías?

Pues eran los best-seller del siglo XVI. Los libros más editados, más demandados y más vendidos, la lectura que más apasionó a todos los públicos de Europa en el momento más vibrante del Humanismo renacentista. Desde monarcas muy cultos, como Francisco I de Francia, hasta los venteros y mozos de las posadas que albergaban a Don Quijote, desde santos como San Ignacio de Loyola o Santa Teresa de Jesús hasta ilustres de letras refinadísimos como Juan de Valdés.

La sociedad del siglo XVI leía embelesada las aventuras de Amadís de Gaula, Esplandián, Palmerín de Oliva, Palmerín de Inglaterra, Galaor… todos héroes con nombres rimbombantes y muy sonoros.

Todas estas novelas renacentistas procedían de relatos mediavales, especialmente de las sagas artúricas, con Lanzarote y Tristán como personajes más relevantes, y de relatos referidos a las Cruzadas y las guerras contra los infieles. La distancia temporal había idealizado todos aquellos personajes y hechos.

Los héroes vivían en Cortes brillantes y muy lujosas, en países lejanos sólo conocidos de nombre, como Escocia, Irlanda, Gales, Bohemia o Constantinopla. Aunque los nombres sean reales, la geografía era totalmente desconocida para los autores, por lo que los paisajes eran imaginados a su antojo, sin ningún verismo, sin ningún apoyo en la realidad. Lo prodigios surgen por todas partes y el paso del tiempo o las referencias cronológicas son también caprichosas.

Dichos héroes estaban adornados de todas las virtudes y gracias varoniles, al mismo tiempo que las damas objeto de sus amores lo estaban de belleza y virtudes extremas. Por estos personajes no pasaba ni la edad, ni las enfermedades, ni los horrores de las batallas. No tenían hambre, ni sed, ni frío. No tenían cicatrices de las muchas heridas recibidas. Su atuendo y apariencia no se descomponía. Eran siempre fieles y leales a sus valores, a sus reyes y, sobre todo, a sus amadas. Y todo ello narrado por un cronista fiel que seguía siempre sus pasos.

En las novelas de caballerías lo maravilloso y verosímil viven en total mescolanza, a través de una selva de aventuras, muchas veces disparatadas, y acompañados de numerosos personajes cuyas acciones se entrecruzan en unas tramas laberínticas.

Eran relatos muy parecidos a cierta cinematografía, muy común y popular, cuyos protagonistas pueden llevar a cabo las acciones más imposibles y salir triunfantes, mientras el espectador acepta, en una atmósfera compartida, aunque se diga para sí mismo ¡qué disparate!

El héroe de Cervantes

Novelas de caballerías: El Quijote

Frente a estos héroes desorbitados, Cervantes sitúa a un hidalgo de edad madura, sin ninguna experiencia bélica, que se fabrica sus propias armas con más ingenio que eficacia, cabalga sobre un rocín al que llama «Rocin-ante» («era rocín y ahora es corcel«), le acompaña un escudero gordo y simple, y recorre una geografía bien conocida y cercana (La Mancha, Aragón, Cataluña…), dando datos absolutamente comprobables y teniendo su propia época como marco temporal.

Más curioso es el tema del cronista fiel, que le sigue los pasos, pero de esa cuestión hablaremos en otro post, como también lo haremos de su amada Dulcinea, todo un prodigio de transformación de los altos modelos caballerescos de donde procede.

2 Respuestas

  1. Rafa 8 años ago
  2. Mercedes Navarro 8 años ago

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