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Una propuesta de fragmentos y breves lecturas para la Semana Santa:

Tema: Pasión de Cristo - Varios Autores

 

pasión cristo

 

Y traído el libro, San Francisco se puso en oración, y terminada ésta, hizo abrir tres veces el libro por mano de fray León, en nombre de la Santísima Trinidad, y plugo a la disposición divina que las tres veces señalase la Pasión de Cristo. Por lo cual entendió que así como había seguido a Cristo en los actos de su vida, así debía conformarse a Él en los dolores, aflicciones y Pasión, antes de pasar a la otra vida.

 

 

Y desde aquel momento en adelante, San Francisco comenzó a gustar y a sentir más abundantemente la dulzura de la divina contemplación y de las visitas divinas. Entre las cuales tuvo una inmediata como preparación a la impresión de las cinco santas llagas, en esta forma. Estando San Francisco, la víspera de la fiesta de la Santísima Cruz del mes de septiembre, secretamente en oración en su celda, le apareció el Ángel de Dios y le dijo de parte de Dios: «Te conforto y amonesto a que te prepares y dispongas humildemente con toda paciencia para recibir lo que Dios quiere darte y ha de hacer en ti». Contestó San Francisco: «Estoy aparejado a sostener pacientemente todo lo que quiera mi Señor»; y después de esto, el ángel partió. Al día siguiente, esto es, el de la Santísima Cruz, San Francisco, de madrugada antes del alba, se puso en oración delante de la celda, con la cara vuelta a levante, y oró en esta forma: «¡Oh, Señor mío Jesucristo!, dos gracias te ruego que me hagas antes de morir: la primera, que sienta en mi alma y en mi cuerpo, en cuanto es posible, los dolores de tu acerbísima Pasión; la segunda, que sienta en mi corazón, en cuanto es posible, el amor excesivo que tú sentiste, Hijo de Dios, sosteniendo de buen grado la Pasión por nosotros los pecadores». Y orando largo tiempo con este ruego, entendió que Dios le oiría y, en cuanto es posible a una pura criatura, le serían concedidas aquellas cosas. San Francisco, con esta promesa, comenzó a contemplar devotísimamente la Pasión de Cristo y su infinita caridad, y crecía tanto en él el fervor de la devoción, que todo se transformaba en Jesús por amor y por compasión. Y estando inflamándose de esta suerte en la contemplación, aquella misma mañana vio bajar del Cielo un serafín con seis alas resplandecientes, purpúreas y encendidas, el cual serafín velozmente llegó tan cerca de San Francisco, que éste pudo ver claramente que tenía la forma del Crucificado. Y sus alas estaban dispuestas de este modo: dos se extendían sobre su cabeza, dos batían el aire como para volar, y las otras dos cubrían el cuerpo. Viéndolo San Francisco, quedó sobrecogido; pero enseguida sintió gran alegría y al mismo tiempo gran dolor: tenía grandísima alegría viendo el gracioso semblante de Cristo, que tan mansamente se ofrecía y le miraba; y viéndole crucificado, sentía grandísimo dolor de compasión. Y maravillábase mucho sabiendo que la enfermedad de la pasión no era compatible con la inmortalidad del espíritu seráfico. Y estando admirándose de esta suerte, le fue revelado en la visión que la Divina Providencia quería que lo entendiese bien; que no por martirio corporal, sino por incendio mental, debía ser él transformado hasta tomar la semejanza de Jesús crucificado en una visión admirable.

Entonces parecía que todo el monte de Auvernia se inflamaba espléndidamente, iluminando con su fulgor los montes y los valles del contorno, como si fuese la luz del primer sol.



Las florecillas de San Francisco; El Cántico del sol

 

Y terminemos con la poética leyenda que el pueblo de Sevilla ha tejido en torno a la Virgen de la Macarena. La Virgen lloraba inconsolable la Pasión de Jesucristo. Copiosas lágrimas salían de sus lindos ojos y Ella estaba así, con su pañuelo blanco en sus manos, y su boca entreabierta, llorando, llorando... Era la Virgen de los Dolores. La que llora en todas las iglesias del mundo.

 

 

Y Sevilla la vio, y le dolió el alma, y se le saltaron las lágrimas y la quiso consolar. Se acercó a Ella, la miró y viéndola llorar, tan bonita, por consolarla le echó un piropo, un piropo con lágrimas:

-¡Olé, las mujeres bonitas!

Y la Virgen, al oírlo, levantó los ojos y sonrió. Y, ¡apareció la Macarena!

Lloraba y sonreía al mismo tiempo. El piropo le había hecho gracia.

Y allá en el cielo estará la Virgen sonriendo, todos los años, por los piropos que el amor de los sevillanos les hace disparar. ¡Yo, por lo menos, así lo creo!

Visión de Andalucía
Agustín Basave Fernández del Valle

 

¿No sabes tú que el mismo Cristo dice:
«Aquel que me negare ante los hombres,
de Mí será negado ante mi Padre;
y el que ante ellos a Mí me confesare,
será de Mí ayudado ante el Eterno
Padre mío?» ¿Es prueba ésta bastante
que te convenza y desengañe, amigo,
del engaño en que estás en ser cristiano
con sólo el corazón, como tú dices?
¿Y no sabes también que aquel arrimo
con que el cristiano se levanta al cielo
es la cruz y pasión de Jesucristo,
en cuya muerte nuestra vida vive,
y que el remedio, para que aproveche
a nuestras almas el tesoro inmenso
de su vertida sangre por bien nuestro,
depositado está en la penitencia,
la cual tiene tres partes esenciales,
que la hacen perfecta y acabada:
contrición de corazón la una,
confesión de la boca la segunda,
satisfación de obras la tercera?
Y aquel que contrición dice que tiene,
como algunos cristianos renegados,
y con la boca y con las obras niegan
a Cristo y a sus sanctos, no la llames
aquella contrición, sino un deseo
de salir del pecado; y es tan flojo,
que respectos humanos le detienen
de ejecutar lo que razón le dice;
y así, con esta sombra y aparencia
deste vano deseo, se les pasa
un año y otro, y llega al fin la muerte
a ponerle en perpetua servidumbre
por aquel mismo modo que él pensaba
alcanzar libertad en esta vida.
¡Oh cuántas cosas puras, excelentes,
verdaderas, sin réplica, sencillas,
te pudiera decir que hacen al caso,
para poder borrar de tu sentido
esta falsa opinión que en él se imprim[e]!
Mas el tiempo y lugar no lo permite.

El trato de Argel
Miguel de Cervantes Saavedra

 

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